• Es maravilloso pensar que un hablante de japonés menciona la victoria de Bill Clinton en las elecciones presidenciales diga algo así como “We have very interested in Clinton’s erection”.

    Esto lo dijo Masaaki Yamanashi, lingüista, en 1992 y me meo.

  • One easy way to understand speech sounds is to track a glob of air through the vocal tract into the world, starting in the lungs. When we talk, we depart from our usual rhythmic breathing and take in quick breaths of air, then release them steadily, using the muscles of the ribs to counteract the elastic recoil force of the lungs. (If we did not, our speech would sound like the pathetic whine of a released balloon.) Syntax overrides carbon dioxide: we suppress the delicately tuned feedback loop that controls our breathing rate to regulate oxygen intake, and instead we time our exhalations to the length of the phrase or sentence we intend to utter. This can lead to mild hyperventilation or hypoxia, which is why public speaking is so exhausting and why it is difficult to carry on a conversation with a jogging partner.

    Steven Pinker

  • The preoccupation with transition and surgery objectifies trans people. And then we don’t get to really deal with the real lived experiences. The reality of trans people’s lives is that so often we are targets of violence. We experience discrimination disproportionately to the rest of the community. Our unemployment rate is twice the national average; if you are a trans person of colour, that rate is four times the national average. The homicide rate is highest among trans women. If we focus on transition, we don’t actually get to talk about those things.

    Laverne Cox

  • Por si te interesa, aquí la mejor gramática del rumano que hay online (en inglés).

  • La importancia de la educación primaria

    Escuela primaria

    La educación primaria es una de las etapas más cruciales en el desarrollo de un individuo. En estos primeros años se adquieren conocimientos básicos en matemáticas, lengua o ciencias, y se establecen las habilidades y competencias fundamentales para el resto de la vida. La educación primaria es el inicio de la vida académica, sino una fase crítica que moldea cómo entenderemos el mundo, nos relacionaremos y nos enfrentaremos a los desafíos que se le presenten en el futuro. Y estoy básicamente hasta el coño de que se piense lo contrario. 

    Desde una perspectiva psicobiológica, la educación primaria es un periodo en el que el cerebro está en pleno desarrollo. Sabemos que durante estos años las conexiones neuronales cambian muy rápidamente y se organizan con una flexibilidad que todavía no comprendemos muy bien. También está claro que los niños y las niñas están particularmente receptivas a aprender nuevas habilidades y absorber información. Este es un momento único en el que se puede influir de manera determinante en la formación de hábitos, en la construcción de la autoestima, en la capacidad para resolver problemas y en nuestra forma de desenvolvernos en sociedad. 

    Este impacto va más allá de la adquisición de conocimientos académicos; es cuando comenzamos a entender y practicar las dinámicas sociales fundamentales. En otras palabras, la escuela primaria es el lugar donde nos socializamos y nos convertimos en seres humanos. Aprendemos a interactuar con nuestros compañeros, a trabajar en equipo, a compartir, a dialogar, a negociar, a autorregularnos, a gestionar nuestras frustraciones y a tener en cuenta que las acciones propias influyen en los demás. Este proceso de socialización nos permite desarrollar una comprensión más profunda de la empatía, la cooperación y la diversidad, preparándonos para participar activamente en la sociedad. La escuela actúa como un microcosmos de una sociedad más amplia, donde se experimenta y se aprende a manejar las complejidades de las relaciones humanas. A muchos se nos pasa por alto lo importante que es este proceso para el bienestar emocional futuro en todos los ámbitos de la vida.  

    Cuando recibimos una educación adecuada durante esta etapa, se establecen las bases para el aprendizaje durante el resto de nuestras vidas. Aprender a leer y escribir, por ejemplo, no es sólo una habilidad mecánica e inmutable, sino una puerta de entrada a un mundo de conocimiento. Desarrollar una comprensión lectora sólida, flexible y robusta nos permitirá manejar cualquier texto, técnico o de ficción, asimilar contenidos cada vez más complejos y buscar y encontrar la información que necesitamos de un texto largo. También nos ayudará a ser más críticos con la información que leemos y, con el tiempo, con los datos que nos proporcionan. Y esta capacidad no es más que un aspecto del pensamiento crítico, cada vez más necesario en una época en la que estamos de mierda de hasta arriba, donde la verdad y la mentira en internet y en las redes sociales se hacen más y más difíciles de distinguir.  

    La educación primaria también juega un papel súper importante en el desarrollo social y emocional. Aprendemos a interactuar con los demás, a respetar las normas, cuestionarlas y negociarlas en la medida de lo posible, a respetar los puntos de vista de quienes nos rodean y a resolver conflictos. Estas habilidades sociales son esenciales para el éxito en la vida adulta, tanto en el ámbito personal como social. Se aprende a vivir en sociedad y a tener un sentido de comunidad que, tarde o temprano, tendrá importancia para la acción política, al respeto por los valores ciudadanos y, al final, terminará afectando para bien o para mal al funcionamiento de nuestra democracia.  

    Y para los y las liberales que están leyendo esto, os doy un bonus track, gratis, oye: una educación primaria de calidad es fundamental para el desarrollo económico y social de una nación. Como lo estás leyendo. Los niños y las niñas que reciben una buena educación tienen más probabilidades de continuar sus estudios, lo que aumentará sus oportunidades de empleo y contribuirá al crecimiento económico. Así que si estás pensando que lo de la educación primaria pública, de calidad, universal y justa es sólo una cosa de gente woke y progre, haz un esfuerzo y piensa, si es que te llega, que una buena educación termina beneficiando al desarrollo de la actividad económica y empresarial. A no ser, claro está, que estemos hablando de empresas que pasen de su plantilla y no les afecte eso del bienestar de quienes trabajan en ella.  

    Además, una educación primaria inclusiva y equitativa es clave para reducir las desigualdades sociales y promover la cohesión social. Es en la educación primaria donde se empiezan a abordar temas tan importantes como la ciudadanía, los derechos humanos y el respeto por el medio ambiente. Estos son aspectos esenciales para formar ciudadanos responsables y comprometidos con su comunidad y con el mundo en general. Al inculcar estos valores desde una edad temprana, se sientan las bases para una sociedad más justa, equitativa y sostenible. 

    La educación primaria debe considerar las diferencias individuales de cada niño. No todos los niños ni todas las niñas aprenden al mismo ritmo o de la misma manera, y es fundamental que los sistemas educativos sean lo suficientemente flexibles para adaptarse a estas diferencias. La personalización del aprendizaje, la atención a la diversidad y el apoyo a los estudiantes con necesidades educativas especiales son elementos clave para asegurar que, con el tiempo, todos tengan las mismas oportunidades. Y esto cuesta mucho dinero.

    Sabemos que la inversión en educación primaria tiene un retorno significativo a nivel económico y social. Los países que invierten más en las primeras etapas educativas no solo ven mejoras en el rendimiento académico, sino también en indicadores como la salud, la reducción de la pobreza y la estabilidad social. Que Finlandia no es un modelo en muchas cosas, pero en esta, sí. La educación primaria no sólo es una responsabilidad ética y moral, sino una inversión estratégica para el futuro de cualquier nación. 

    Invertir en la educación primaria es una responsabilidad esencial del Estado, ya que se trata de una cuestión afectará directamente al futuro de la nación. Cuando el Estado destina recursos adecuados a esta etapa educativa, asegura que todos los niños, independientemente de su origen socioeconómico, invierten en la formación de ciudadanos preparados para contribuir al desarrollo económico y social del país. La UNESCO dice que una población bien educada impulsa la innovación, mejora la productividad y fortalece la democracia, lo que convierte la inversión en educación primaria en una estrategia clave para el progreso y la estabilidad. 

    Pensar que la educación primaria no es un pilar fundamental para el desarrollo integral de los individuos y para el progreso de las sociedades, es ser muy mónguer. Invertir en la educación primaria es invertir en un futuro mejor para todos. 

  • Lo que no debemos decir a las personas con depresión  

    person leaning on wall

    Enfrentarse a la depresión, ya sea en uno mismo o en un ser querido, es una experiencia muy dolorosa. Quienes la viven muchas veces sienten que están en el fondo de un pozo del que es difícil ver la salida. A pesar de que nuestras intenciones sean buenas, las palabras que se les dirigimos pueden ser muy nocivas porque pueden agravar la situación en vez de aliviarla. Últimamente, por El Contratiempo, me he encontrado con muchas personas que intentaban darme ánimos con toda la buena intención y luego me daba cuenta de que me encontraba más triste y desanimado. Sé que no me lo han dicho con ánimo de joder, ni muchísimo menos. Sin embargo, todos hemos caído en la trampa de intentar animar a una persona querida y hemos terminado lanzando un mensaje totalmente opuesto. Por eso creo que es importante aclarar un par de cosas: hay algunos discursos que debemos evitar cuando una persona está deprimida o lo está pasando mal por cualquier razón.  

    El mito del ánimo y la simplificación de la experiencia  

    Una de las reacciones más comunes ante una persona deprimida es intentar animarla. Frases como “vamos, anímate”, “no estés triste” o “mira el lado bueno” o “las cosas pasan por algo” son, lamentablemente, habituales. Quienes las expresan lo hacen por un deseo de ayudar genuino, creyendo que un cambio de perspectiva puede marcar la diferencia. Estas palabras se perciben como una negación de la realidad emocional de la persona afectada. Cuando estás em no hay nada bueno que mirar, no se entiende que eso ocurra “por algo”.  

    La depresión no es simplemente estar triste o de mal humor: es una condición compleja que afecta la química cerebral, la cognición y la forma en que entendemos el mundo. Decirle a alguien que se anime implica que su estado emocional es una elección o que, con suficiente fuerza de voluntad, pueden salir de ella. Es como decirle a alguien con asma que respire, con la cantidad de aire que hay y con lo fácil que es. La persona con asma y la persona con depresión no están así por elección propia y no pueden animarse con tanta facilidad. Si pudieran, créeme que lo harían.  

    Además, este discurso del ánimo genera en la persona deprimida una sensación de culpa por no poder animarse, con lo fácil que es, y cumplir con las expectativas de los demás. O bien sienten la vergüenza de ser incapaces de hacer algo que, aparentemente es muy fácil o pueden entender que su dolor se está minimizando, que no es importante o que es una chiquillada. Y eso puede hacer que se profundice en el aislamiento y la desesperanza.   

    “Hay cosas peores” y la competencia del dolor 

    Otra expresión común es: «hay personas que están peor que tú». De hecho, yo la he dicho sobre mí mismo cuando tuve el accidente. Esta frase, aunque a veces se utiliza para intentar poner las cosas en perspectiva, suele tener el efecto contrario. Comparar el sufrimiento de alguien con el de otros no solo es injusto, sino que también es insensible y yo creo que es totalmente imposible: el sufrimiento no se puede cuantificar. Una vez leí lo siguiente: ¿quién sufre más, el millonario que ha perdido un millón de euros en un mal día en la bolsa o la niña a la que se le ha roto su juguete más querido? Pues con la depresión, igual: es una experiencia profundamente personal, cada individuo la vive de manera única. No es una competición de quién sufre más. Minimizar el dolor, equiparándolo al de otros, hace que la persona deprimida se sienta incomprendida y avergonzada por lo que está viviendo. 

    Es fundamental reconocer que cada persona tiene su propia carga emocional y su propio contexto. La comparación trivializa la experiencia del dolor, enviando el mensaje de que no tienen derecho a sentirse como se sienten. Este tipo de comentario puede cerrar aún más la puerta a la comunicación y la apertura, elementos esenciales para la recuperación. 

    “Haz un esfuerzo” y la trampa de la autoayuda 

    Otra frase que se escucha a menudo es «haz un esfuerzo”, como si la depresión fuera un reto personal que puede superarse con determinación. La idea de que la depresión es un signo de debilidad o falta de esfuerzo es profundamente nociva y creo que debe evitarse a toda costa. Este tipo de comentario no sólo ignora la parte biológica de la depresión, sino que también puede perpetuar estigmas y malentendidos sobre la salud mental. 

    La depresión no es algo que pueda superarse simplemente «echándole ganas». Es una enfermedad que, en muchos casos, requiere intervención, terapia y, en algunos casos, medicación. Decirle a alguien que necesita esforzarse más es como decirle a alguien con una pierna rota que necesita caminar más: es cruel. El esfuerzo, en el contexto de la depresión, puede significar simplemente levantarse de la cama por la mañana. Lo que para una persona sana puede requerir un esfuerzo mínimo, para alguien con depresión puede ser una hazaña imposible. 

    Escucha en vez de hablar 

    En lugar de intentar «arreglar» a una persona deprimida con palabras, lo más importante que podemos ofrecer es nuestra presencia y disposición para escuchar. La depresión a menudo se acompaña de un sentimiento de aislamiento, y saber que alguien está dispuesto a escuchar, sin prisa por ofrecer soluciones, puede ser un bálsamo para quienes sufren. 

    Escuchar activamente implica validar las emociones del otro, mostrar empatía y estar presente, sin necesidad de llenar el silencio con palabras vacías o consejos no solicitados. Muchas veces, lo que las personas deprimidas necesitan es saber que no están solas en su dolor y que hay alguien dispuesto a acompañarlas en su oscuridad, sin intentar acelerar su salida de ella.  

    La comprensión y el respeto 

    Entender que la depresión es una condición con múltiples facetas y manifestaciones clínicas es crucial para poder acompañar a alguien que la padece. Cada individuo experimenta la depresión de manera diferente, y lo que puede ser útil para uno puede no serlo para otro. Por eso, es esencial ser respetuoso, evitar las generalizaciones y, sobre todo, no emitir juicios sobre cómo debería sentirse o actuar alguien que está pasando por este difícil momento. 

    En lugar de ofrecer consejos no solicitados o intentar minimizar su experiencia, es mucho más útil preguntar cómo podemos ayudar, ofrecer nuestro apoyo incondicional y recordarles que no tienen que pasar por esto solos. A veces, el simple acto de estar presente y ser un apoyo silencioso puede ser mucho más valioso que cualquier palabra bienintencionada. 

     La depresión es una situación muy difícil por la que pasa muchísima gente a lo largo de la vida. Acompañar a alguien que la padece requiere sensibilidad, empatía y, sobre todo, un profundo respeto por su experiencia. Evitar frases que simplifiquen, minimicen o juzguen su dolor es esencial para no agravar el sufrimiento.   

  • El impacto de la homofobia interiorizada en la autoestima  

    armario con las puertas abiertas

    Hoy voy a contar la historia de un conocido al que voy a llamar Andrés. Lo conocí hace tiempo, después de que él saliera armario. Quedamos para zorrear, pero la cosa no salió adelante y de ahí surgió una amistad que ha durado hasta hoy. No nos vemos mucho, pero estamos en contacto a pesar de la distancia. Una de las veces que volé a casa me contó, con unas cervezas de más, el momento exacto en que él recuerda que asumió que era maricón. Una tarde, después haberse acostado con una mujer y la ducha correspondiente, se miró en el espejo del baño y de pronto “se dio asco”. Hasta este momento había tenido una vida de hetero, tenía buen trabajo, no le faltaban amigos y tenía una relación buena con su familia, que no era especialmente conservadora. Pero había llegado un momento en que la cabeza estaba a punto de explotarle: era maricón, pero se resistía a la idea de dar el paso adelante y vivir el sexo en consecuencia. Esa resistencia tiene un nombre: homofobia interiorizada. 

    La homofobia interiorizada es el resultado de haber sido expuesto a actitudes y creencias homófobas durante mucho tiempo. Aunque no todas las personas LGBTIQ+ la desarrollan, es una realidad que afecta a muchos, y su impacto en la autoestima puede ser devastador. La sociedad, la cultura y la educación, juegan un papel fundamental en la formación de estas actitudes, que se interiorizan y terminan dirigiéndose hacia uno mismo. En el caso de Andrés, esa voz crítica que no dejaba de escuchar no era realmente suya, sino un maremágnum de todos los prejuicios y rechazos que había absorbido desde muy joven. 

    Desde la infancia estamos expuestos a normas sociales que nos dicen cómo deberíamos ser. Estas normas están profundamente arraigadas en las estructuras culturales y sociales y tienden a estigmatizar cualquier desviación de lo que se considera normal. En el caso de las personas LGBTIQ+, estas normas han sido históricamente negativas, promoviendo la idea de que ser homosexual, bisexual o transgénero es, de alguna manera, incorrecto, indeseable, ridículo o nocivo. Estas creencias, cuando son adoptadas y dirigidas hacia uno mismo, se convierten en homofobia interiorizada. 

    Para muchas personas, la homofobia interiorizada se manifiesta en una serie de comportamientos y pensamientos autodestructivos. Andrés me contó que le pasaba mucho lo de sentirse culpable por querer follar con tíos. Se sentía ridículo y tenía un miedo abrumador a que las personas de su entorno se enteraran. Este sentimiento de culpa se mezclaba con una sensación de vergüenza, que lo hacía rehuir situaciones donde podía expresar abiertamente quién era. Como resultado, su autoestima se fue erosionando con el tiempo, y llegó a creer que no merecía la felicidad que otros parecían encontrar tan fácilmente. Esto último, pensar que los demás eran muy felices y él no, es una creencia irracional, como todas las que surgen de la homofobia, interiorizada o no, dirigida a uno mismo o hacia otros.  

    ¿Por qué la homofobia interiorizada tiene un impacto tan profundo en la autoestima? La autoestima es la valoración que una persona tiene de sí misma, un juicio interno que afecta la manera en que interactuamos con el mundo. Cuando alguien desarrolla una baja autoestima, tiende a sentirse menos valioso, menos competente y capaz de enfrentarse a los desafíos de la vida cotidiana. La homofobia interiorizada refuerza estos sentimientos, haciendo que la persona sienta que no merece amor, respeto o “éxito” simplemente por sus deseos sexuales. 

    Andrés, como muchas otras personas en su situación, intentó lidiar con estos sentimientos acudiendo a un grandísimo repertorio de formas de autoengaño. Se esforzó por cumplir con las expectativas heteronormativas, manteniendo relaciones con mujeres que, aunque eran genuinas en su afecto, no le satisfacían. También evitaba los espacios LGBTIQ+, los bares de ambiente o las aplicaciones de zorreo, temiendo que asociarse con la comunidad lo hiciera más vulnerable al juicio y al rechazo y con el miedo a que alguien se enterara. Estas rutinas no hicieron más que profundizar su dolor, perpetuando un ciclo de autonegación y baja autoestima. 

    Andrés tuvo la valentía de afrontar este asunto con una psicóloga que le ayudó a reconocer que esos sentimientos negativos no eran innatos, sino aprendidos, y que casi todos estaban basados en errores de lógica. Es un clásico en los sentimientos de culpabilidad y en los cuadros depresivos en estas situaciones. La psicóloga le ayudó a explorar las raíces de este repertorio de creencias, deconstruyendo todos los comentarios hirientes que había escuchado desde su infancia, las imágenes que veía en los medios de comunicación, y las actitudes discriminatorias que había presenciado en su entorno. Con el tiempo, comenzó a alejarse de estas creencias, reemplazándolas por una aceptación más sana de sí mismo a partir de un análisis racional de todos estos pensamientos. No es un proceso fácil, ni de coña, ni el hecho de que veas que lo que piensas es irracional no quiere decir que no vuelvas a caer sin querer en una espiral de miedos. La terapia, como siempre, le indicó el camino, pero sólo él (o tú) puede recorrerlo.  

    El proceso no fue fácil. Aceptar que había estado negando una parte fundamental de sí mismo durante tanto tiempo fue doloroso, pero también liberador. Andrés descubrió que podía, con mucho trabajo, poner en jaque esos pensamientos autodestructivos. Poco a poco, su autoestima empezó a mejorar y los miedos, aunque todavía estaban ahí, eran menos paralizantes. Entendió que no había nada intrínsecamente malo en ser quien es, y que tenía derecho a vivir una vida plena y feliz, sin sentirse culpable o avergonzado. 

    Una parte crucial de este proceso fue empezar a rodearse de una pequeña comunidad que lo apoyara. Andrés comenzó a relacionarse con otros hombres gais, primero sólo con la intención de follar. Con el tiempo, encontró en ellos no solo amigos, sino también modelos a seguir que lo inspiraron a afrontar esos miedos en su vida cotidiana. Descubrió que no era el único, que muchos otros habían pasado por lo mismo, y que el mero hecho de hablar facilitaba combatir la homofobia interiorizada y sus efectos. 

    El impacto de la homofobia interiorizada en la autoestima no es una tontería. Es una batalla interna que muchos enfrentan en silencio, sin darse cuenta de que los pensamientos y sentimientos que experimentan no son necesariamente reales, sino el resultado de años de condicionamiento social. La buena noticia es que este impacto puede ser revertido o, por lo menos, los efectos de esas creencias pueden hacerse menos intensos. A través de la terapia, el apoyo de un entorno que permita dialogar sobre el asunto, y el trabajo constante en la aceptación de una naturaleza que no se puede cambiar (el ser maricón), es posible superar o al menos aliviar la homofobia interiorizada y reconstruir una autoestima fuerte y saludable. 

    La historia de mi amigo no es especial, ni es la única ni la última. Salir de esa mierda no es un proceso fácil, y requiere de mucho coraje enfrentar los prejuicios que hemos interiorizado. Sin embargo, es un camino necesario para alcanzar una verdadera paz interior y un sentido de valor propio. En última instancia, aceptarnos tal como somos y llegar a la conclusión de que “ser” no es intrínsecamente malo es un acto de resistencia y de amor propio, una afirmación de que, sin importar lo que la sociedad diga, merecemos ser felices y vivir nuestras vidas plenamente. 

  • Friendly reminder de que ser maricón ni se elige ni es una opción.

  • Cómo los estereotipos corporales y sexuales afectan la autoestima

    Hombres desnudos

    En las últimas semanas hay algo a lo que no paro de darle vueltas: a los maricones, como al resto de la población, se nos ha impuesto un modelo de cuerpo y de comportamiento sexual que hace que tengamos unas expectativas muy poco realistas. No solo debemos tener unos pectorales de gimnasio, viajar, ser jóvenes y ganar muchísimo dinero, sino que también tenemos que follar más que nadie, tener unas orgías de la hostia y, además, tenemos que contárselo a todo el mundo para que se enteren de lo felices que somos follando a diestro y siniestro. No hay lugar para reírse mientras follas. Tienes que ir de orgía en orgía y si duras menos de 12 horas follando o no follas cinco veces por semana (las mismas que vas al gimnasio), no eres nadie. Dios nos libre de decir que hemos tenido un polvo de mierda, salvo en círculos reducidos. Tampoco es que no puedas estar gordo, sino que, si lo estás, tienes que serlo de una forma específica, a poder ser con mucho pelo, en cuyo caso, olvídate de follar si tienes pluma. Si no eres un twink, tienes que ser una especie que pueda verse en cualquier zoológico de provincias: una nutria, un oso o un camello africano. O sea, si no te puedes etiquetar, te vas a joder.  

    Más allá de este fenómeno de la pertenencia a los grupos y a las “tribus”, que es más o menos universal, las redes sociales y los medios tienen un papel fundamental en la construcción de estas percepciones sociales y determina la manera en que las personas percibimos nuestros cuerpos. No sólo eso, sino que también establecen patrones de comportamiento deseables, entre ellos, el sexual.  Esto no es nada nuevo y viene ocurriendo desde que los medios de comunicación entraron en nuestras vidas. Si no, que se lo digan a las mujeres. Ojo, que cuando hablo de “medios” o de “redes sociales” es porque me da pereza especificar más. Da igual que sea Instagram, Grindr, Telecinco o la última serie de Netflix.  

    En la comunidad gay, esta dictadura de lo deseable y de lo bueno es especialmente potente, ya que estamos expuestos a versiones idealizadas de lo que significa ser maricón ANNO 2024 que influyen profundamente en nuestra autoestima y nuestra autoimagen, en lo que nosotros queremos ser y lo que nos parece bueno y deseable. Entre estos significados hay uno muy potente que a mí me perturba muchísimo y que campa a sus anchas por Instagram: que seas maricón no es tanto problema. Lo que no está tan bien, en la mayoría de los casos, es que tengas pluma y se te note. Y si eres pobre, date por jodido. Porque el problema no lo tiene el maricón con pasta que sale en las listas de los 50 gais más poderosos de España, el regidor de de fiestas del ayuntamiento, ése que sale en todos los saraos y lleva 1500 euros en ropa todos los días y que es militante de un partido “progresista” (tos seca). Tampoco estás expuesto a que te llamen de todo si tienes dinero suficiente para esclavizar a una mujer pobre y comprarte un niño por gestación subrogada. El problema es que no tengas un duro para para todo eso, que no tengas trabajo o que vayas perdiendo aceite y el resto lo vea. Maricón, irrelevante y pobre, mal vas. Da igual que seas un maltratador, o que vayas drogado hasta arriba, o que te lances a una espiral de viajar sin parar para poder hacerte la foto en Noruega durante una aurora boreal.  

    Los medios de comunicación han sido históricamente un espacio donde se construyen y refuerzan estereotipos y las redes sociales son las herederas de esa labor de construcción. No hay más que ver los anuncios de Soberano de los ochenta, al primo de Zumosol o a las secretarias del Un, Dos, Tres. O todos nuestros feeds de Instagram. En el caso de los hombres gay, los medios suelen promover una imagen corporal que encaja en un ideal específico: un cuerpo esbelto, musculoso, joven y atractivo según los estándares convencionales de belleza masculina. Este ideal, inalcanzable para la mayoría, se ve representado en una variedad de plataformas, desde la televisión y el cine hasta las redes sociales, empezando por Instagram o Grindr. Pero si te das una vuelta por una aplicación de zorreo, lo que verás son cientos de tíos que se han hecho tres fotos en lugares estratégicos, como delante de la Torre Eiffel. Esa es un clásico. Otra en una playa, preferentemente Tailandia, y la última en un mercadillo de navidad alemán o, en su defecto, en la cumbre de una montaña. Eso depende de si eres de los que se cuida o quieres que piensen que eres un bon-vivant.  

    La asociación entre la imagen corporal ideal y el valor sexual es un tema recurrente en los medios dirigidos a la comunidad. Y de esto nosotros mismos somos los primeros culpables. Nuestras representaciones sugieren con demasiada frecuencia que solo aquellos que cumplen con ciertos estándares físicos (esbeltos, musculosos, y jóvenes) y conductuales (viajar, tener muchos amigos y comer de gourmet todos los fines de semana) son dignos de ser el objeto de deseo y éxito sexual y social. Esta narrativa puede llevar a que muchos sientan que su valor como individuos está directamente relacionado con su apariencia física, su desempeño sexual y su nivel de vida. Como resultado, algunos pueden sentirse presionados a participar en comportamientos sexuales que no necesariamente desean, simplemente para cumplir con las expectativas impuestas por estos ideales. 

    La obsesión con la apariencia y el rendimiento sexual también puede llevar a la hipersexualización dentro de la comunidad gay. La constante exposición a imágenes de cuerpos sexualizados refuerza la idea de que la actividad sexual es un componente central y definitorio de la identidad gay. Esto genera una presión muy poderosa para estar sexualmente activo que a su vez conduce a comportamientos de riesgo, como el sexo sin protección o el uso de sustancias para mejorar el rendimiento. Estas expectativas sobre la sexualidad pueden ser dañinas para quienes no se ajustan a los ideales de belleza promovidos por los medios. Los maricas que no cumplen con estos estándares sienten vergüenza y terminan con una autoestima de mierda que les hace muy difícil establecer relaciones saludables, sexuales o no. No ser lo suficientemente atractivo o deseable favorecen los comportamientos de evitación, como la renuncia a buscar pareja o a participar en la vida social de la comunidad. 

    El peligro de estas expectativas no solo radica, por tanto, en la presión para conformarse a un ideal físico, sino también en la limitación de la expresión sexual. La idealización de ciertos cuerpos y comportamientos sexuales crea un marco muy estrecho e inflexible de lo que se considera aceptable o deseable dentro de la comunidad gay. Aquellos que no se sienten representados por estas imágenes pueden sentirse excluidos o invisibles y se refuerza la idea de que solo existe una forma correcta de ser gay y sexualmente activo. 

    Los problemas gordos, como la ansiedad de rendimiento sexual, la disforia corporal o incluso la depresión, vienen después. La ansiedad de rendimiento sexual, en particular, se ve exacerbada por la expectativa de que debemos estar siempre dispuestos a tener sexo, rendir de manera excepcional y pasárnoslo bien. ¿A dónde lleva esto? A lo de siempre: ciclos de estrés y evitación, donde el miedo a no cumplir con las expectativas sexuales lleva a una mayor ansiedad y, en muchas ocasiones, a una disminución del deseo sexual o incluso a la disfunción eréctil. Sí, unas expectativas irreales harán que no se te levante.  

    Contrarrestar estas expectativas tan dañinas requiere un esfuerzo consciente tanto a nivel individual como comunitario. Es vital que los maricones nos demos cuenta de que la sexualidad es diversa y personal, y que no existe una forma única de ser sexualmente activo o atractivo. Desafiar las normas impuestas por los medios implica aceptar y valorar la propia identidad sexual y corporal tal como es, en lugar de intentar cumplir con un ideal inalcanzable. Además, es importante que empecemos a hablar sobre la sexualidad de otra manera y que dejemos de fijarnos en el aspecto y el cuerpo o en el rendimiento. Deberíamos darle una vueltecita para establecer discursos más saludables y equilibrados sobre la sexualidad. Deberíamos empezar a hablar de límites y de respetar estos límites. Deberíamos hablar de la aceptación de la diversidad corporal y de que las parejas abiertas están muy bien, pero igual nos estamos exigiendo demasiado.