No os cuento lo que estaba investigando, porque me da vergüenza, pero he terminado leyendo sobre la histeria y tenía que escribir esto.
Según la Wikipedia, la histeria, del griego “hystera” (útero), tiene un pasado bastante absurdo. Los egipcios ya hablaban de ella hacia el 1900 a. C., convencidos de que el útero podía desplazarse por el cuerpo causando comportamientos extraños. El remedio, según ellos, consistía en que los médicos colocaban “sustancias de olor fuerte en las vulvas de las pacientes para alentar al útero a volver a su posición correcta”. ¿A quién no le gusta una sustancia de olor fuerte en la vulva del siglo primero?
En Grecia y Roma siguieron circulando teorías similares que, además, vinculaban la histeria con la infertilidad. El cristianismo, con su creatividad inherente, transformó el diagnóstico en posesión demoníaca, con exorcismos y hogueras como principal terapia. Todo fenomenal. Durante el Renacimiento, la razón se asomó tímidamente: médicos como Lepois y Sydenham empezaron a considerarla un trastorno del cerebro o de las emociones, no del alma ni del útero, pero siguió siendo un trastorno “de mujeres”.
En el siglo XIX, Briquet siguió dando la brasa al respecto con un síndrome crónico con síntomas inexplicables, y Charcot y Janet estudiaron la histeria desde la neurología y la psicología. Freud, en su línea, la llevó al diván, relacionándola con la represión sexual y extendiendo su diagnóstico también a los hombres. Para que luego digan que Freud era un machista de cojones. Spolier: lo era.
El siglo XX nos trajo la psiquiatría moderna, la ansiedad y la depresión, así que bajó el número de mujeres histéricas y subió el de las que estaban deprimidas y al borde de un ataque de nervios. O sea, que no cambió absolutamente nada. Entre pitos y flautas, a histeria desapareció de los manuales, pero no del lenguaje popular.
Sabemos que la histeria no existe porque nunca se ha identificado una base biológica, neurológica ni psicológica que la explique. La investigación clínica ha demostrado que no hay un “síndrome histérico” único, sino múltiples causas posibles para los mismos síntomas. Estos que antes se agrupaban bajo ese nombre corresponden hoy a otros diagnósticos como los trastornos de conversión, los somatomorfos o los de ansiedad. Además, calificarla históricamente como una “enfermedad de mujeres” ha sido y es un sesgo de género del copón: se patologizó ni más ni menos que para controlar la conducta y justificar desigualdades, sexismo y violaciones.
Deberíamos dejar de llamar “locura” a lo que en realidad fue y sigue siendo resistencia, cansancio o dolor ignorado. Empezar a decir que la histeria es una invención para controlar a las mujeres también es una forma de justicia.