Anoche me tragué una de las películas más extrañas que he visto en mi vida: Сталкер («Stalker»), de Andrei Tarkovski, animado porque el mismo director había rodado Солярис («Soljaris», de la novela de Lem) y está considerado uno de los grandes directores soviéticos y también porque es una de las películas de culto de la ciencia-ficción. La película está basada en la novela Пикнк на обочине («Picnic en la cuneta»), de los hermanos Strugazki, autores de otros cuentos y novelas de ciencia-ficción, alguna de las cuales esperó a ser publicada después de la caída de la URSS por problemas con la censura.
ARGUMENTO
La película comienza en una ciudad –cuyo nombre desconocemos, así como la época en la que transcurren los hechos–, cerca de la cual hay un lugar llamado “Zona”. En este lugar ocurren cosas inexplicables, de las que tampoco se da más detalle en la película, cuyo origen radica en la caída de un meteorito –del que tampoco se explica la procedencia ni su naturaleza– tiempo atrás. A raíz de esto, la “Zona” fue evacuada y permanece cerrada por el ejército.
El “Stalker” –no sabemos su nombre– se gana las lentejas guiando ilegalmente a grupos de visitantes por la zona. Con el tiempo, este guía ha desarrollado la facultad de intuir los lugares más peligrosos de este lugar –se pasa toda la película diciendo que hay innumerables trampas, todas mortales–. Los visitantes acuden a este territorio porque se ha corrido el rumor de que existe un punto, al que llaman “Cámara de los deseos”, que tiene la propiedad de convertir en realidad los deseos más profundos e íntimos de las personas que pasan por él. En la expedición que narra la película, “Stalker” acompaña a un escritor –que busca la inspiración perdida, lo dice desde el principio– y a un físico, del que no voy a contar más porque es una de las claves. El propio “Stalker” tiene también un deseo que tiene que ver con su hija, que está enferma debido a las secuelas de vivir tan cerca de la zona en cuestión y a la que conoceremos –a ella y a su misteriosa enfermedad– en el último minuto. El guía siente un deseo tan fuerte de ayudar a su hija que es capaz, incluso, de sacrificar la vida de los otros dos.
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Lo más interesante de la película –además de la fotografía, que me pareció alucinante, aunque también tengo que decir que no tengo ni idea de esas cosas– son las perspectivas y las esperanzas de los tres excursionistas –el físico, el escritor y el “Stalker”– y comparar en qué medida esperan que sus vidas cambien tras la visita al lugar y cómo piensan aprovechar la visita para su propio beneficio. También me parece muy recomendable porque no tiene nada que ver con el cine que he visto últimamente y me recuerda a Faraón (1966), de Jerzy Kawalerowicz –y yo que pensaba, no sé por qué, que era de Polanski hasta que me he puesto a hurgar en IMDB–, que me la hicieron tragar en el colegio con doce años –uno arriba, otro abajo, alguna de por aquí lo recordará– en una versión original en polaco, ¡ja!, con los subtítulos en amarillo, hay que joderse, toda la película transcurre en el desierto y plantan los letreros en amarillo, un contraste estupendo. ¿A quién se le ocurriría? Esta película no es amarilla, es verde, todo es verde. Fue rodada en una central hidroeléctrica abandonada en Estonia, cerca de Tallinn, y la vegetación es imprescindible a lo largo de la película.
Tengo que decir que no es una película de esas entretenidísimas y llenas de acción y rayos cósmicos que uno ve después de haberse zampado dos platos de paella y haber bebido un par de copas de vino. Es una película lenta, larga, diálogos más bien escuetos y planos interminables, advertidos quedáis. Llama la atención el uso de diferentes tipos de películas para el rodaje: la primera y la última parte –excepto el ultimísimo minuto– están rodadas en sepia y negro y el meollo –la expedición– en color, aunque no he descifrado cuál es la razón de este cambio. Sí sabía que la película que vi ayer fue la segunda versión rodada. Hay dos historias que explican esta peculiaridad. Al parecer, el primer rodaje se hizo con una película Kodak que era desconocida por los técnicos que se encargaron del revelado en Moscú y la echaron a perder, con lo que hubo que rodarla otra vez. Otros dicen que fue el propio Tarkovski quien, no contento con el resultado, decidió destruir la primera versión y empezar desde el principio, algo improbable teniendo en cuenta las restricciones en los presupuestos soviéticos de la época –y no es que yo me haya vuelto un experto en cine de la Unión Soviética, es que la red obra milagros–. Además, los dos deuvedés incluyen unas entrevistas –que también tienen su miga– en las que se cuentan las penurias del segundo rodaje y el enorme impacto que supuso para todo el equipo tener que empezar de nuevo.
Otra cosa que puede parecer rara, pero que es bastante habitual para las películas rusas de más de una hora de duración, es que tiene dos partes, estaba preparada para que los espectadores pudieran salir al foyer del cineteatro a tomar un piscolabis. No me extraña, la verdad. Esto no tiene importancia, lo único es que en la edición que se puede conseguir en España –y cuya proyección, curiosamente, está prohibida en los territorios que pertenecían a la URSS, so pena de 240.000 euros de vellón– la han sacado en dos discos y tienes que levantarte del sofá para cambiarlo a mitad de película y tragarte otra vez todos, insisto, todos los créditos desde el principio.
Uno de los temas recurrentes –que se explican mejor en la narración de los hermanos Strugazki y peor en la película– es el alcoholismo derivado del éxito económico, algo bastante extraño, a priori, pero que pretende moralizar sobre el peligro de la consecución de un deseo profundo, por aquello de que tengas cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad. «Las personas que han alcanzado sus objetivos y ya no aspiran a más caen en la bebida de puro hastío», parece ser la moraleja. En la película, sin embargo, no se aprecia el éxito económico de los alrededores de la zona prohibida y la progresiva corrupción de sus habitantes, cosa que sí se puede comprobar en el texto. El alcohol es omnipresente. También es importante observar cómo reacciona la “Zona”, que se convierte en el cuarto personaje de la expedición, y cómo se enfrenta a los intrusos, a los que considera hostiles.
El director dijo mil veces –puede que por miedo a la censura de Brezhnev– que la película no era ninguna alegoría sobre el estado policial y que no había que buscar más allá de lo que los personajes dicen. Es posible. Lo que sí se ve claramente es un ejército impotente y atónito ante los fenómenos que ocurren en la Zona, compuesto por miembros estúpidos que no se preguntan el significado de sus acciones, sino que se limitan a disparar a la primera de cambio porque esas son sus órdenes y punto.
La película anticipa lo que ocurrió en Chernobyl, Pripiat y la zona de exclusión. Actualmente se llama «Stalker» a los guías que acompañan a los visitantes a la ciudad fantasma, pero de eso ya hablaremos otro día, que esto ha salido larguísimo.
Si la veis, atención a la mujer y a la hija de “Stalker”, a las imágenes, que son fantásticas, y al último minuto. Ya me diréis qué os parece.
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