12 leyendas urbanas sobre las lenguas que deberíamos dejar de repetir

Diccionario en ruso con palabras y definiciones visibles, representando la complejidad y belleza de los idiomas del mundo.

La gente ama las historias. Especialmente cuando son falsas, están mal citadas o suenan exóticas. En el mundo de la lingüística, pocas cosas generan tanta pasión como las leyendas urbanas sobre las lenguas. Mitos absurdos, medio verdades y exageraciones que llevan un siglo rodando por manuales, redes y sobremesas.

Vamos a desmontar unas cuantas con la esperanza (vana) de que la próxima vez que alguien suelte “los esquimales tienen cien palabras para nieve”, al menos alguien le mire con pena. O como cuando te mira tu gato.

1. Los esquimales tienen cien palabras para “nieve”

El clásico. La frase que todo profesor de lengua ha oído, que todo periodista cultural ha escrito y que nadie se ha molestado en verificar. El origen está en Franz Boas, un antropólogo que a principios del siglo XX mencionó que los pueblos inuit usaban varias raíces para distintos tipos de nieve. El problema: alguien lo leyó mal, otro lo citó peor, y así nació el mito.

Las lenguas esquimo-aleutianas son polisintéticas, es decir, fabrican palabras combinando muchas raíces. Pero eso no significa que tengan más palabras para nieve que el inglés, el español o el klingon. En realidad, tienen las mismas categorías léxicas, solo que más combinatorias. Así que no, los inuit no están obsesionados con la nieve. Están obsesionados con sobrevivir en ella, que es distinto.

Familia inuit posando con la paciencia de quien lleva un siglo soportando que los llamen “esquimales”. Una familia inuit, no “esquimal”, gracias. Lo de “esquimal” lo inventaron otros porque les sonaba exótico. Es como si a los españoles los llamaran “paelleros” y encima insistieran en que es un término científico.

2. El chino mandarín no tiene tiempos verbales

Falso, pero tentador. El chino no marca el tiempo mediante flexiones verbales como “comí” o “comeré”, pero sí distingue pasado, presente y futuro mediante partículas y contexto.

Por ejemplo, la partícula 了 (le) indica que algo ya ha sucedido, y 正在 (zhèngzài) marca una acción en curso. No hay conjugaciones, pero hay gramática temporal de sobra. O sea, el mandarín tiene tiempo. Lo que no tiene es paciencia para nuestras categorías europeas.

3. El alemán tiene la palabra más larga del mundo

Otro mito que se niega a morir. Es cierto que el alemán puede crear monstruos como Donaudampfschifffahrtsgesellschaftskapitän (“capitán de la compañía de barcos de vapor del Danubio”). Pero eso no significa que sea una “palabra” en sentido estricto.

El alemán concatena sustantivos por pura diversión morfológica, igual que un niño con bloques de Lego. En el habla real, nadie usa términos de treinta letras, salvo para ganar concursos o torturar a estudiantes Erasmus. Para movidas complicadas, los números en danés.

Alquiler de máquinas para lijar suelos. En alemán: una sola palabra y tres ataques de ansiedad.

4. El árabe no tiene palabra para “amor”

Una tontería monumental, pero muy compartida. El árabe tiene decenas de palabras para amor, cada una con un matiz distinto: ḥubb (amor general), ʿishq (pasión intensa), hawā’ (deseo o afecto pasajero) o shawq (anhelo o nostalgia).

Si algo caracteriza al árabe clásico, es su capacidad para matizar emociones. Así que, por favor, la próxima vez que alguien te diga que “en árabe no existe el amor”, recuérdale que probablemente tampoco existe su sentido del ridículo.

5. Los franceses no pronuncian la H

En realidad, sí la pronuncian, solo que a su manera. Existen dos tipos: la h muette (muda) y la h aspirée (bloquea la elisión). No suena como en inglés, pero está ahí, funcionando como una barrera invisible que impide decir l’homme en lugar de le héros.

Los franceses no ignoran la H; la usan como frontera fonética con más elegancia que nosotros usamos los signos de puntuación. Los españoles tampoco la pronunciamos, usamos una J como un piano. JELOU JAU AR YU.

6. Los españoles hablan más rápido que nadie

Depende de qué entiendas por “rápido”. El español tiene sílabas cortas y un ritmo silábico muy regular, y eso da sensación de velocidad. Pero si mides la cantidad de información por segundo, el inglés, el japonés o el vietnamita comunican lo mismo en el mismo tiempo.

Así que no, no hablamos más rápido: solo parece que sí porque llenamos el aire de vocales y no dejamos pausas para pensar. Lo que sí hacemos es gritarnos unos a otros. A todas horas.

Españoles hablando muy rápido y pasándolo súper bien.

7. El euskera es una lengua extraterrestre

Una joya de la mitología ibérica. Que el euskera sea una lengua aislada no significa que venga del espacio, sino que no se ha demostrado su parentesco con ninguna otra lengua viva.

Sobrevivió a siglos de latinización, invasiones, repoblaciones y campañas escolares, lo que ya lo hace más resistente que la mitad de los políticos. Pero no, no vino en una nave de piedra ni lo enseñó un alien vasco. Simplemente es un fósil lingüístico. Y eso no lo digo con mala leche, implicando nada de política. Que viva el euskera y las lenguas raras, coño.

8. El inglés no tiene reglas gramaticales

Tiene tantas que ya ni los nativos las entienden todas. Lo que pasa es que el inglés es un Frankenstein lingüístico: germánico de base, con mogollón de préstamos franceses y latinos, más un toque de caos ortográfico por pura tradición y porque ellos lo valen. Si algo necesita el inglés (y el danés, amiga date cuenta), es una reforma ortográfica.

Las reglas existen, pero están llenas de excepciones. Así que el problema no es que no haya reglas, sino que nadie sepa por qué coño siguen ahí.

Este es un ejemplo del Shavian Alphabet, que mola cantidad y se escribe a toda velocidad.

9. Los japoneses y los chinos no pronuncia la R (o la L)

Esto es un caso de percepción distorsionada. En japonés no existen los sonidos /r/ y /l/ como fonemas distintos, sino un único sonido intermedio: una vibrante simple /ɾ/, parecida a la r suave española (como en pero). Por eso, cuando hablan inglés, ese sonido suena a medio camino entre r y l. No es incapacidad; es sistema fonético diferente.

En el caso del chino, el mandarín tiene una r fricativa retrofleja, más parecida a una mezcla entre “r” y “zh”. Algunos dialectos apenas la usan, así que para un hablante chino que aprende otro idioma, producir una “r” latina es como para nosotros pronunciar clics en xhosa: cuestión de práctica, no de imposibilidad.

No es que no puedan, es que su lengua no lo necesita. El mito lo inventaron los oídos perezosos de los colonizadores europeos.

10. Las lenguas con más palabras son más ricas

El mito favorito de los nacionalistas y los vendedores de cursos online. No hay idioma “más rico” que otro: todos pueden expresar cualquier cosa, incluso los que tienen pocos hablantes o vocabulario reducido.

El inglés, por ejemplo, tiene miles de sinónimos por herencia doble (latina y germánica), pero eso no lo hace superior. Solo más redundante. Cada lengua es un sistema cerrado, completo y funcional. Ninguna necesita “más palabras” para ser profunda.

11. Los inuit no tienen una palabra para “guerra”

Este mito es tan poético como falso. Aparece en manuales de sabiduría ancestral y en posts de Facebook con fotos de auroras boreales. La realidad: sí existen términos relacionados con conflicto y violencia, pero en sociedades tradicionales donde la escala bélica es mínima, la categoría de “guerra” no se lexicaliza igual.

No tener una palabra no significa no tener un concepto; significa que la lengua lo expresa de otra forma. Lo mismo pasa con culturas tropicales que no tienen un término exacto para “hielo”. Spoiler: saben perfectamente lo que es cuando lo ven.

12. El esperanto fracasó

El esperanto no murió, simplemente nunca quiso ser un imperio. Se diseñó en 1887 como lengua auxiliar internacional, y aunque no conquistó el mundo (ni las clases de instituto), sigue viva: tiene hablantes nativos, literatura, música y congresos anuales.

No triunfó porque nadie necesita un idioma neutral cuando los poderosos ya tienen el suyo. Pero eso no lo convierte en un fracaso, sino en una utopía que se negó a rendirse. En tiempos de guerras culturales, un idioma sin patria suena casi revolucionario.

Por qué nos encantan los mitos lingüísticos

Porque suenan bien. Decir que “los esquimales tienen cien palabras para nieve” o que “los japoneses no entienden la ironía” (otro clásico) nos hace sentir cultos, como si entendiéramos el alma de otras culturas con una anécdota.

En realidad, lo que reflejan estos mitos es una pereza monumental para entender la diversidad lingüística real. Las lenguas del mundo son tan complejas, tan llenas de historia y adaptación, que preferimos convertirlas en cuentos.

Las lenguas no son jeroglíficos mágicos ni inventos alienígenas. Son herramientas biológicas, sociales e históricas, moldeadas por siglos de interacción humana. Cada mito lingüístico que desmontas te acerca más a la verdadera belleza del lenguaje: su imperfección, su cambio constante, su genial capacidad para reflejar cómo pensamos.

Y si alguien en una fiesta vuelve a soltarte una de estas perlas pseudolingüísticas, no hace falta que lo corrijas. Basta con una sonrisa cansada y una frase corta: “Eso lo decía Boas… mal citado.” Funciona siempre.

GRAZIAS DE HENTREKØTT