Todos y todas hemos pasado por esa conversación que empieza con un inocente “¿has sacado la basura?” y termina como si estuvierais en un debate en el Congreso de los Diputados. De repente, las palabras te salen disparadas como si fueran las balas de Tejero, el la cosa empieza a calentarse, y cuando quieres darte cuenta ya has dicho algo que, en el mejor de los casos, acaba en disculpas incómodas y, en el peor, en dormir en el sofá o en un bloqueo en Instagram. La has cagado. Pero bien.
Lo curioso es que no es del todo culpa tuya. Cuando discutimos, nuestro cerebro entra en modo alerta nuclear. La amígdala, esa parte primitiva que se encarga de detectar peligros, se activa y lanza el clásico “lucha o huye”. Muy útil si te persigue un oso en medio del bosque. Una mierda pinchada en un palo si lo único que tienes delante es tu pareja preguntándote, una vez más, por qué nunca bajas la tapa del váter.
Hago un aparte para explicar qué es la amígdala. La amígdala es una pequeña estructura en forma de almendra ubicada en el cerebro, más bien hacia dentro, no en esos surcos que imaginamos cuando pensamos en cómo es un cerebro. Con lo pequeña que es la jodía y lo importante que es. Se encarga de procesar y regular emociones vitales para la supervivencia, como el miedo. No solo crea memorias emocionales: también actúa como un centro de alerta, evaluando constantemente el entorno en busca de amenazas y generando respuestas físicas y conductuales ante ellas. Vamos, como cuando lees en el móvil la última tontería que ha dicho Ayuso y de pronto te entran ganas de tirarlo contra la pared.
Y aquí es donde entra el silencio. Porque si la amígdala pisa el acelerador y vas directo a pegarte una hostia que igual te matas, alguien tiene que tirar del freno de mano, y ese alguien es la corteza prefrontal. La corteza prefrontal es la que hace que pienses y no te estés rascando los huevos todo el día como un orangután. Pero ojo, para que a esta parte de tu cerebro le dé tiempo a reaccionar y decirte que pares el carro, necesitamos hacer una pausa. No me refiero silencio pasivo-agresivo de “no te hablo hasta que adivines qué me pasa”, que es una receta segura para aumentar el drama y un abuso como un piano de cola. Hablo del silencio consciente, de callarte la boca un segundito, para respirar y dejar que la parte de tu cerebro que piensa, organiza y toma decisiones, tenga espacio para entrar en acción. Consejos vendo que para mí no tengo, me dirían los que me conocen.
La psicología lleva décadas estudiando este fenómeno. John Gottman, conocido, cágate, como “el hombre que predice divorcios”, descubrió que cuando en medio de una discusión tu frecuencia cardíaca supera las 100 pulsaciones por minuto, básicamente dejas de procesar lo que el otro dice. Estás tan activado fisiológicamente que ya no escuchas, solo respondes en automático. O sea, que te estás viniendo arriba y lo que está pasando en realidad es que vas cuesta abajo sin frenos, directo a llevarte la medalla de oro a la cagada más grande. La recomendación de Gottman es simple y práctica: parar, tomarte veinte minutos de descanso, y luego volver a hablar. Ese silencio estratégico puede ser la diferencia entre seguir sumando reproches o encontrar una solución real. Que ya sé que pensarás que qué gilipuertez y que para eso no te hace falta ir al psicólogo, créeme que yo también lo he pensado, pero funciona.
Eso sí, no todos los silencios son buenos. Gottman explica que las parejas con problemas para comunicarse suelen caer en patrones destructivos. Ahí aparece el silencio negativo: no es una pausa reflexiva, sino un muro de defensa ante tus reproches, tus desprecios o, lo peor, tus insultos. Puede ser que una persona, desbordada por la discusión, simplemente desconecte porque no puede seguir discutiendo a ese ritmo. O que esté tan harta que empiece a aislarse emocionalmente de la relación y si pasa eso, date por jodido. O el silencio pasivo-agresivo al que me refería antes, que debería estar en el código penal. Estos silencios no reparan nada: al contrario, envenenan la relación.
Hay silencios y silencios. El silencio de pausa, de respirar, de darle una vuelta a lo que vas a decir y no soltar la primera mierda que se te pasa por la cabeza, ese es el bueno. Los otros, el muro, el castigo, la desconexión, son los que te ponen la relación en la cuerda floja.
La ciencia cognitiva también aporta lo suyo. Daniel Kahneman, el de Pensar rápido, pensar despacio, explica que tenemos dos modos de pensar. Uno rápido, emocional y lleno de sesgos; y otro más lento, analítico y, por lo general, más acertado. Cuando saltamos en caliente, estamos usando el “modo rápido”. Pero si nos damos unos segundos de silencio, facilitamos que entre en acción el “modo lento”, el que en esa situación nos va a ayudar a solucionar el problema. Y créeme: la calidad de tus discusiones mejora radicalmente cuando tu cerebro no está en piloto automático. Dale una pensadita a lo que vas a decir y la relación con tu pareja igual hasta mejora y todo.
Además, el silencio tiene un valor cultural que me flipa y que no puedo dejar fuera. En Japón o Finlandia, por ejemplo, los silencios en una conversación no son incómodos: son un signo de respeto y reflexión. En cambio, en las culturas occidentales solemos rellenar cada hueco de la charla como si el silencio fuera un agujero negro. Quizá deberíamos aprender algo de esa perspectiva y dejar de temerle tanto a los segundos sin palabras. Y añado: no hay nada mejor que sentirse cómodo con tu pareja estando ambos en silencio, simplemente estando juntos, haciendo cada uno lo que sea
Superconsejito del día: la próxima vez que notes que tu corazón se acelera, que tu voz sube de volumen y que en tu cabeza empieza a sonar la música de Juego de Tronos, date un puntito en la boca y respira. Eso no significa rendirse, ni ignorar, ni maltratar, ni hacer una pausa dramática. Es darle un respiro a tu cerebro, un espacio a la conversación y, sobre todo, una oportunidad a tu relación. Piensa que diez segundos de silencio incómodo son infinitamente más fáciles de manejar que diez horas de pedir perdón por lo que dijiste en caliente. Y, quién sabe, igual hasta terminas sacando la basura sin discutir.
Consejos vendo que para mí no tengo. 🤡