Categoría: Literatura

  • Leer a los clásicos durante la infancia

    Leer a los clásicos durante la infancia

    En el post de un grupo de FB sobre literatura han preguntado cuál era el libro con el que los participantes se aficionaron a leer durante la infancia. Mucha gente ha respondido con libros como Cien años de soledad o El Quijote.

    Aficionarse a la lectura a los 7 años con Cervantes me parece poco probable y, en cualquier caso, creo que hay obras más adecuadas. Podemos discutir si la saga de Harry Potter, Los Tres Investigadores o El Pirata Garrapata son mejores o peores, pero mi intuición me dice que la gente joven podrá coger el hábito con más facilidad que leyendo a Zolà o a Dostoyevsky. Dependerá también de qué lea la familia o qué actitudes tengan hacia la lectura, pero si tenemos que depender de que las familias conozcan y aprecien el canon literario, entonces nuestra infancia está jodida.

    En mi opinión, más aún que el libro, son importantísimas las circunstancias en las que los niños empiezan a leer. Querer que lean porque sí y obligarles a hacerlo es la mejor forma, a no ser que deseemos que vean la lectura como una obligación, como cuando tienen que dejar de jugar a lo que sea porque deben hacer los deberes de matemáticas. No podemos provocar que le cojan el gusto a la lectura y disfruten si esta actividad se plantea como una tarea que no proporciona placer, sino que evita dedicarse a una actividad más atractiva. Leer con ellos, justo antes de dormir, contar historias cuando se va en el coche o incluso ver una película juntos me parecen formas más adecuadas de hacer que se aficionen a conocer otras historias.

    El cine, como las buenas novelas, son narraciones; un buen videojuego puede proporcionar un hilo argumental que quieran seguir; una serie, igual. ¿Por qué tienen que leer a Tolstoy o Clarín? Por supuesto que son buenas narraciones, pero tienen elementos que están muy alejados de sus vidas y de su entorno como para que puedan disfrutarlas. ¿Cómo van a divertirse con los Episodios Nacionales si no saben quién era Álvarez Mendizábal o Prim? Tampoco saben quién es Frodo antes de leer El Señor de los anillos, pero la diferencia está en que para entender el libro de Tolkien no es necesario tener ningún dato sobre la realidad de la que habla el texto, como en el caso de Galdós. Uno puede empezar a leer el libro sin saber qué es un hobbit y, aún así, entretenerse.

    No hay duda de que es enriquecedor leer a los clásicos, pero a su tiempo. El problema que, en mi opinión, tiene el sistema educativo en España es que se centra mucho en el valor de la literatura clásica y poco en el hábito de leer. Queremos que lean a Lorca sin que les guste la poesía. Deben disfrutar de las comedias de Lope de Vega sin haber leído nada que les haya hecho reír. Sin ir más lejos, yo tuve que leer Los milagros de Nuestra Señora cuando tenía doce o trece años. La ventaja que yo tuve es que ya leía, basura, puede, pero me gustaba leer; recuerdo que El Lazarillo me aburrió cuando lo leí en secundaria y me encantó cuando estudié filología. Porque lo entendía, porque lo disfrutaba desde otro punto de vista, no como lector, sino como persona interesada en la historia de la literatura.

    En resumen: es importante conocer a los clásicos, como saber matemáticas, recibir educación sexual y saber trabajar en equipo. Es bueno a cualquier edad. Pero tampoco pasa nada si se llega a la literatura con mayúsculas (si eso existe) más tarde, cuando se ha desarrollado el gusto por la lectura, cuando podemos enfrentarnos a ese texto con las herramientas suficientes como para aprovecharlo. Cuando no sabes qué estás leyendo, pierdes el interés. ¿Qué ocurre si sólo damos literatura “de la buena” demasiado pronto? Que no se entiende y puede que no se vuelva a coger en la vida: si la primera vez fue un aburrimiento y no la disfrutaste, ¿por qué habrías de leerlo ahora?

    La literatura clásica es importante, es enriquecedora y nos enseña muchas cosas del mundo, de la vida y de lo que significa ser una persona. Pero cada cosa, a su tiempo.

    Cuál es la probabilidad de que a esa edad te interese una crítica a la literatura caballeresca? ¿Qué leyeron, una adaptación o el original? ¿Cuánto tiempo dedicaron a la lectura? ¿Después pudieron disfrutar de cualquier otra novela?


  • "Leyes de mercado", de Richard Morgan

    He terminado Leyes de mercado, de Richard Morgan –gracias, S. y S.–, en la edición de Gigamesh –ya sabéis: portadas horrorosas y líneas en Times que se hacen eternas– y lo recomiendo por segunda vez. Es rápido y fácil de leer y, además, no pude predecir cómo acababa hasta que leí las últimas páginas, lo que le agradezco de todo corazón. Ahora mismo acabo de pillarme Carbono alterado, del mismo autor, para empezarlo en cuanto me haya zampado el plato de arroz con pollo que me está esperando.


  • Sputnik, mi amor

    MURAKAMI, H., Sputnik, mi amor, Barcelona, Tusquets, 2005
    Pág. 155
    Si se me permite usar otra vez el ejemplo de los hermanos siameses, éstos no tienen por qué llevarse siempre bien. No tienen por qué esforzarse siempre en comprenderse el uno al otro. Lo más frecuente es, más bien, lo contrario. La mano derecha no sabe lo que hace la izquierda y la izquierda no sabe lo que hace la derecha. Entonces nos sentimos confusos, nos perdemos... y chocamos contra algo. ¡Badabum!


  • And Madly Teach

    • Título: And Madly Teach
    • Autor: Lloyd Biggle, Jr.
    • Fecha de publicación: 1966

    And Madly Teach es un texto breve, de 46 páginas, que cuenta la historia de Mildred Boltz, profesora suplente en Marte. Boltz regresa a la Tierra para tomar posesión de una plaza como profesora de lengua y literatura inglesas después de muchos años de ausencia. La sorpresa llega cuando, después de visitar al superintendente -vulgo: el malo-, le introducen en el método de la Nueva Educación, que consiste en, ni más ni menos, enseñar por televisión:

    -No hay exámenes -dijo [el superintendente]-. Ni ejercicios que revisar. Supongo que el sistema de educación en Marte todavía emplea estas cargas inútiles que obligan a estudiar a los alumnos, pero nosotros hemos superado las edades oscuras de la educación. si tiene usted la idea de abrumar a sus alumnos con exámenes y ejercicios, puede ir olvidándola. Esas cosas son síntomas de una mala enseñanza y no lo permitiríamos aunque fuese posible, […].

    El asunto se va complicando: los profesores, como Operación Triunfo, compiten por aumentar sus índices de audiencia y, en cuanto uno de ellos obtiene un share muy bajo, ¡zas!, a la calle.

    Con exactitud matemática, a las dos en punto Marjorie Mac Millan apareció en la pantalla y la primera impresión de sorpresa de la señorita Boltz fue ver que la profesora empezó a desnudarse. Sus zapatos y medias estaban cuidadosamente colocados en el suelo. En aquel momento comenzaba a deslizar la cremallera de su blusa. La profesora miró hacia el objetivo de la cámara.
    -¿Qué es lo que hacéis ahí, pillines? Creí que estaba sola -dijo en un tono cariñoso.[…] La blusa cayó al suelo y lo mismo ocurrió con la falda.
    La profesora permaneció durante un segundo ante la cámara ataviada solamente con unos «shorts» y un sujetador. […]

    El resto del argumento es menos sorprendente, pero es eficaz, al fin y al cabo.
    Sorprende la actualidad de muchos de los motivos temáticos de este relato y, aunque el tiempo no ha pasado en vano -han pasado cuarenta años, ni más ni menos-, algunos planteamientos siguen siendo fuertes. También destaca porque huye de los motivos habituales durante ese tiempo: ni rastro de desastres atómicos, viajes espaciales, marcianos de plastikey y demás babosidades. Eso sí, profunda no es, universal, tampoco y está bastante desordenada. Los personajes van bastante justitos, son una panda de muppets sensibleros, polarizados en uno u otro bando.
    Lo que sobresale del texto es el tema de la educación a distancia. El autor toma partido claramente a favor de la educación tradicional -y jerárquica-, donde el profesor transmite los conocimientos a los alumnos. También descuellan algunas escenas en las que los alumnos trabajan por grupos, dando sus opiniones sobre las lecturas y en discusiones plenarias, justamente lo que está de moda en estos momentos entre los pensantes de la enseñanza de idiomas. Biggle rechaza cualquier intervención tecnológica y la destierra para que el profesor ocupe el lugar que le corresponde, respondiendo así a la entrada de los métodos audiovisuales en el aula, que ya empezaba a finales de los 60 en EE.UU., Inglaterra o Alemania.
    Este texto es original y su autor es muy poco conocido en España. Es difícil encontrar la traducción -que yo sepa, se publicó en Bruguera en el 71- y el original fue publicado por última vez en 1982 en la antología TV: 2000 en Fawcett Books, pero ya está descatalogado.
    Lástima.

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