La participación de Israel en Eurovisión destroza el espíritu del certamen

Eurovision

Eurovisión no es solo un concurso de canciones, es un certamen político y siempre lo será. El festival nació en los años 50 para ser un puente de paz entre países que habían vivido el horror de la Segunda Guerra Mundial. La idea era sencilla: fomentar la amistad entre los pueblos a través de la cultura y la música.

Ese espíritu está en venta y a disposición de quien quiere blanquear los crímenes del sionismo. La participación de Israel, por la ocupación y el genocidio en Palestina, es incompatible con los valores fundacionales del certamen. Sí, la lógica comercial ha ganado: los beneficios económicos pesan más que la ética cultural. Moroccan Oil y los demás patrocinadores han ganado y está claro que Eurovisión ya no es un escaparate de paz, sino un escaparate de marketing y blanqueamiento de los crímenes de guerra.

España y algunos otros países han decidido retirarse de la edición actual en un acto de dignidad y coherencia ética. No se trata de boicot caprichoso, sino de declaración firme de que la cultura internacional no puede normalizar la ocupación ni ignorar los derechos humanos. Como ocurre en los deportes, donde se sanciona a países que violan normas internacionales, Eurovisión también tiene un papel político y simbólico. Permitir la participación de Israel mientras se mantiene un conflicto activo es enviar el mensaje de que ciertos abusos son compatibles con la “diversión europea”.

La coherencia moral debe primar sobre el lucro y el espectáculo. La música y el entretenimiento tienen poder, pero también responsabilidad. Retirarse del certamen es un gesto simbólico que recuerda que Eurovisión puede y debe seguir siendo un espacio de respeto, paz y solidaridad entre pueblos, no solo una pasarela de intereses comerciales.

Eurovisión nunca dejará de ser política, porque nació siéndolo. Decir que la política debería estar fuera de Eurovisión es una postura política en sí misma.