A veces escucho a amigos o compañeros decir, medio en broma y medio en serio, eso de “igual debería ir al psicólogo”. Me da la sensación de que hay gente que lo dice como si fuera un fracaso, como si acudir a terapia significara rendirse o admitir que algo va mal en lo más profundo. O peor, que eres débil. No, ir al psicólogo no significa que estés roto, significa que has decidido dejar de aguantar y empezar a hacer algo, o igual es que ya no puedes más y has decidido poner remedio. Da igual. Has decidido mirarte, y eso da más miedo que cualquier película de terror o que cualquier propuesta de de ley de la ultraderecha española.
Spoiler: no hace falta estar “loco” para ir al psicólogo. Hace falta estar vivo.
Nadie nos enseña cuándo se recomienda ir a terapia. La mayoría lo hace, o lo hacemos cuando ya no queda otra, cuando la ansiedad te come por dentro o cuando lloras sin motivo aparente o cuando la vida se ha convertido en una centrifugadora o cuando crees que ya no puedes más. El problema es que la salud mental no funciona con urgencias, o no debería. Si esperas a tocar fondo, el camino de vuelta será más largo y, a menudo, más duro. ¿Verdad que todo el mundo tiene claro que no hay que esperar a ir al dentista cuando ya no puedes comer del dolor? Pues esto es lo mismo. Si te lo puedes permitir, claro.
Hay que ir al psicólogo cuando sientes que la vida te pesa más de lo habitual, cuando te cuesta disfrutar de lo que antes te hacía ilusión, cuando el sueño, el apetito o la concentración se vuelven un caos, o cuando repites los mismos errores una y otra vez y ya no sabes por qué. También puedes ir simplemente porque quieres conocerte mejor. Igual que uno va al gimnasio sin tener una lesión o aunque esté perfectamente sano, puedes ir a terapia sin tener una crisis. La terapia no solo cura, también afina.
Cómo saber si necesito ir al psicólogo
La verdad es que si te lo estás preguntando probablemente la respuesta sea sí. La duda ya es una señal. En nuestra cultura, todavía se asocia ir al psicólogo con no poder con la vida, cuando en realidad es exactamente al revés. Ir a terapia es una forma de poder con la vida. Es un acto de cuidado, no de debilidad.
Hay un momento en que lo notas. No sabes explicarlo del todo, pero algo te chirría. Te sientes apagado, o tenso, o desconectado. Te levantas sin energía, piensas que no vales para nada o que nadie te querrá nunca más, o te pasas el día con un nudo en el estómago. Intentas distraerte con el trabajo, las redes, o cinco gintonics de más cada vez que sales, pero te das cuenta de que al final del día todo vuelve. Si ese ruido mental ya no se calla, si te cuesta disfrutar, si tus relaciones se enredan o si te estás cansando de tu propio bucle, entonces ha llegado el momento. No esperes a que esa mierda se pase sola, porque eso no va a pasar. Ese tipo de situaciones no se evaporan, más bien cambian de forma. Y a veces acaban expresándose en el cuerpo o en la siguiente historia que tampoco funcionará, o en dejar de cuidarte, o en pensar que eres una mierda durante el resto de tus días.
Cómo saber si tu psicólogo es bueno
Otra de las grandes preguntas: ¿cómo saber si mi psicólogo es bueno? ¿Cómo sé si me va a funcionar? Respuesta de premio nobel: hay psicólogos y psicólogos. Algunos te acompañan de verdad, otros simplemente te cobran por escucharte diez minutos y rellenar silencios con frases de calendario. O a veces crees que sólo hacen eso pero es que no habéis encajado.
Un buen psicólogo normalmente no te dice lo que tienes que hacer. Te ayuda a entender por qué haces lo que haces. No te da consejos fáciles, sino herramientas para pensar diferente. Te escucha sin juzgarte, respeta tus tiempos, te explica su forma de trabajar (esto es fundamental) y, sobre todo, te hace pensar. Muchas veces sales de la sesión con algo nuevo, no siempre cómodo, pero sí útil. Un buen terapeuta también se forma continuamente, no deja de aprender, porque sabe que las personas somos más complejas que cualquier manual.
Y luego están los otros, los coach. Los que te dicen que pienses en positivo, los que te interrumpen para contarte su vida y cómo lo hicieron ellos, los que se creen gurús del alma o los que sólo te explican cosas con dibujitos sin darte una herramienta específica para que tú puedas hacer cosas por ti misma. Si tu psicólogo habla más que tú, si sientes que no puedes ser tú mismo o si sales peor de lo que entraste, sal tú también de esa consulta. La terapia es tu espacio, no un altar donde tienes que portarte bien. Cambiar de psicólogo no es una traición, es una forma de quererte mejor.
Que una psicóloga sea buena no quiere decir que le vaya a funcionar a todas las personas y en todas las situaciones. Es una relación tan personal y particular que la química es importante (e impredecible).
No creas que una buena psicóloga le va a funcionar a todas las personas y en todas las situaciones. Es posible que falle la química, que sientas que no te entiende, que su forma de hablar te parezca brusca. Eso no quiere decir que la persona que tienes delante no sea un buen profesional, simplemente no sois un match, como en Tinder. Por la razón que sea. La relación entre tú y tu psicóloga es tan persona y tan íntima que es lícito pensar en esos términos. Y no pasa nada.
Igual te jode porque crees que solo con ir vas a salir mejor y no es eso lo que ves. Si es así, igual es buen psicólogo pero no está yendo como esperabas. Yo creo que lo mejor en esos es armarse de valor y afrontar la situación directamente. Oye, mira que yo creo que esto no funciona. Y entonces lo mejor que puede pasar es que la otra persona te diga qué podéis hacer o que te diga que quizá deberías pensar buscar a otra persona. Puede ser que las dos cosas ocurran a la vez. Y eso está bien. Es posible que tengas la idea equivocada de lo que pasa en la consulta de una psicóloga.
Qué hacer en la primera visita al psicólogo
La primera visita siempre da un poco de vértigo. No sabes qué decir, ni por dónde empezar, ni si deberías tumbarte o mantener la compostura como si te estuvieran evaluando. Es una situación marciana a tope. Más aún cuando la vida se te ha hecho bola y ya no sabes ni por dónde empezar. Amiga, respira, no es un examen, ni tienes que contar toda tu vida de golpe. Explícale por qué estás ahí.
Esa primera sesión es en realidad una conversación. El psicólogo quiere conocerte: saber por qué estás ahí, cómo te sientes, qué te preocupa. Probablemente te pregunte cosas sobre tu pasado, tu familia, tu entorno. También te explicará cómo trabaja, con qué enfoque, y cada cuánto propone las sesiones. Y tú, por tu parte, tienes que observar cómo te sientes ahí dentro. Si te da confianza, si puedes hablar sin miedo y si notas que alguien te escucha de verdad.
La primera visita al psicólogo no es el momento de resolverlo todo, sino de empezar a entenderte. A veces basta con ponerle palabras al caos para que empiece a ordenarse. Si después de la primera sesión sientes alivio, aunque sea mínimo, vas bien. Y si no, puede que debas seguir probando. También es válido decir no encajamos. La terapia funciona cuando hay conexión humana, no solo títulos o profesionalidad.
Qué tipo de terapia me conviene
Aquí es donde mucha gente se pierde y no siempre hay una respuesta para esta pregunta. Hay tantos enfoques como personas, y muchos de ellos pueden ser útiles si se trabajan bien. La terapia cognitivo-conductual, por ejemplo, se centra en cambiar los patrones de pensamiento y conducta que te generan malestar. Es muy práctica y la psicología lleva años haciendo estudios que sugieren que es muy adecuada para la ansiedad o los episodios depresivos.
La terapia humanista o la Gestalt, en cambio, te invita a mirar cómo te sientes aquí y ahora, a reconectarte contigo mismo. Es más experiencial, digamos. El psicoanálisis busca comprender el inconsciente, lo que no se dice, lo que se repite desde la infancia. Es más profundo y no puedes esperar que funcione con rapidez. Las terapias sistémicas se basan en cómo te relacionas con tu entorno y en averiguar si la interacción con tu gente (con tu familia, con tu pareja, con tus amigos, con tu jefa) hay algún patrón que no está funcionando.
Ninguna es mejor que otra. Lo que importa es cómo te hace sentir y si notas que avanzas. Hay psicólogos excelentes en cada corriente, y también hay vendedores de humo en todas ellas. Lo importante es que el método te ayude a comprenderte mejor y a vivir con más coherencia, no solo a funcionar.
Cuánto dura una terapia
¿Cuánto va a durar esto? Pues depende. Depende de lo que traigas, de tu ritmo, de tu historia. Hay procesos breves que duran unas pocas sesiones y otros que se extienden meses o años. La terapia no tiene por qué ser eterna, pero tampoco exprés. Hay temas que requieren tiempo, no porque el psicólogo se alargue, sino porque la mente necesita su propio ritmo para reorganizarse.
Un buen terapeuta no te hace depender de él. Te acompaña mientras lo necesites, te enseña a sostenerte y, cuando ya puedes, te suelta. El objetivo no es hacer que seas feliz (muchas comillas), sino darte herramientas para vivir con más claridad y para que tú misma salgas de la mierda en la que estás. Y a veces es posible, e incluso recomendable, seguir yendo, aunque el problema que te llevó a la consulta ya esté más o menos solucionado.
Es el momento en el que decides dejar de sobrevivir y empezar a vivir con conciencia. No esperes a que todo se derrumbe para pedir ayuda. Busca un profesional que te inspire confianza, con quien puedas ser tú, con tus luces y, sobre todo, con tus sombras. Cuida tu mente como cuidas tu cuerpo, o incluso más: al fin y al cabo, vas a vivir dentro de ella toda la vida.
Y si después de leer todo esto sigues dudando si deberías ir al psicólogo… ve.









