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Estamos fingiendo que la socialdemocracia todavía respira

La socialdemocracia en la Unión Europea vive un momento patético. Cada vez que hay elecciones es una nueva oportunidad para caer un poquito más bajo, y los gobiernos que aún se llaman “socialistas” caben en un taxi. Según Javier Biosca, solo España, Dinamarca y Malta mantienen encendido el cartel luminoso de “gobierno socialista”. Y todos sabemos que llevar “socialista” en el nombre del partido que gobierna es como cuando compras “pan artesano” en el supermercado: sabes que es industrial y que te están mintiendo, pero lo compras igualmente.
Mientras tanto, muchos de estos partidos han decidido que la mejor estrategia para recuperar votos es mantener el nombre, el color rojo y cantar las mismas canciones que la ultraderecha. Como en Dinamarca, que se ponen a bailar cuando suena el “No soy racista, pero”. Lo que pasa cuando se te olvida quién eras. Lo sorprendente sería que los votantes de izquierdas siguieran apoyándolos.
Pero en política siempre cabe la posibilidad de que alguien se tropiece y vote sin mirar. En Dinamarca ya ha empezado la huida a opciones a la izquierda de la racista Mette Frederiksen, que últimamente está jugando con los partidos fascistas a ver quién es capaz de meter más políticas punitivas en un solo programa. Mette: ya están pidiendo tu cabeza. Amiga, date cuenta.
Pero incluso esa lógica de que los partidos socialdemócratas están sacando cada vez peores resultados tiene trampa. No hablamos de vasos comunicantes: en teoría, los votantes de izquierdas deberían estar buscando otras opciones cuando sus partidos de referencia se están escorando hacia la derecha. En realidad, hablamos de un vaso que se vacía y otro que se agrieta. Los votantes progresistas no se están repartiendo: están desapareciendo. En España la cosa está para encender velas. En el resto de Europa, directamente para llamar al forense.
Europa se desliza hacia el ultraconservadurismo. Nos vamos a dar una hostia muy pronto y vamos a terminar muy mal. Y aquí nadie va a darle al freno. Seguimos mirando, seguimos comentando, y al final llegará un momento en que nos preguntaremos cómo coño hemos llegado hasta aquí.
Pues así, a cámara lenta.
