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Me compré El cuarto de la criada por casualidad, dando una vuelta rápida por la FNAC y a punto de irme. Leí la contraportada y decía algo así como el nuevo The Help. La novela va de criadas que lo pasan fatal porque las señoronas malas les hacen la vida imposible, chantajeándolas con la deportación. Excepto la que hace de Skeeter –o sea, la señora que debe ser malísima pero que resulta ser buenísima porque no entiende la crueldad hacia las criadas– las demás son unas brujas ahostiables que se merecen la ruina económica para no poder irse de cócteles al club de golf. Por malas pécoras.

Reglas esenciales para la organización del servicio doméstico extranjero:


1. Seguridad: Las criadas pueden generar muchos problemas en este sentido. Por ello te recomiendo guardar bajo llave su pasaporte, sobre todo si se ocupa de cuidar a tus hijos.


2. Relaciones: No debes permitir que tenga novio. Al fin y al cabo, un embarazo significaría su deportación y podrías verte obligada a pagarle el vuelo de regreso a casa.


3. Alimentación: Aconsejo separar su comida desde el primer día. Por ejemplo, yo tomo café Illy, que cuesta veinte dólares el paquete. ¡No esperaréis que lo comparta con ella!

Estas reglas son algo que la joven Jules, recién llegada a Singapur, no consigue comprender del todo, por mucho que sus nuevas amigas insistan en que son necesarias para manejar al servicio filipino.
Frente a esas señoras privilegiadas, las doncellas como la joven Dolly o su rebelde hermana Tala, soportan esa situación escandalosamente injusta a cambio del dinero necesario para mantener a sus familias. Pero, ¿hasta cuándo aguantarán sin rebelarse?

De la editorial
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Fiona Mitchell

No está mal, se lee en dos ratos, pero es cierto que se parece mucho a The Help. Pero mucho, mucho. Como ya te avisan en la contraportada, no puedes evitar la comparación de una con la otra. Las similitudes llegan a que algunos personajes tengan exactamente los mismos problemas y los solucionen de la misma forma después de tener los mismos conflictos entre ellos. Además, parece que nunca termina de despegar: hay muchísimos personajes que, francamente, no me interesaban –excepto uno, y no era la protagonista– y me hubiera gustado que no hubiera pasado tan de puntillas por algunas escenas. O que las hubiera eliminado. Al final iba todo tan rápido que estuve a punto de que me diera un ataque de epilepsia lectora. En definitiva: menos personajes, menos historia, menos problemas y menos diálogo. Y como está todo contado en presente, interviene un niño con hiperactividad y hace tanto calor, al final necesitas un valium y darte una ducha.

En general, lectura de piscina. O de tarde de domingo. Pero lluviosa.

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