Los videojuegos no enganchan

Según la Asociación Médica Americana, el uso excesivo de los videojuegos –estupenda manera de decir jugar demasiado– NO es una adicción de la misma manera que la adicción al alcohol o a otras sustancias a pesar de que a los jugones les pueden dejar de interesar las relaciones sociales, la higiene personal y el hambre.

Las personas que juegan demasiado pueden tener un componente compulsivo en todas las actividades que desarrollan, ¡ja!, que me lo digan a mí, que cuando cojo una cosa no la suelto, sea una serie de televisión, una novela, una página de internet o el Animal Crossing. Acabáramos. Si es que no se puede ser obsesivo, que al final terminas leyendo el diario para descubrir los artículos escritos en forma de post y los ladrillos se convierten en un estupendo contenedor de monedas y/o champiñones energéticos.
Vuelvo al tema, que me estoy yendo por las ramas. Ayer dije que en Virginia Occidental van a instalar un videojuego para las clases de deporte en todas las escuelas públicas. Por otra parte, los medios de comunicación y algún que otro político gilipollas no paran de advertirnos de los peligros de los videojuegos, que si terminarás atropellando peatones, que si desmembrando zombis –de los muchos que uno se encuentra a lo largo del día por las calles de nuestras ciudades– o incluso declarando la guerra a Polonia. Opiniones de los expertos, dos. Thomas Allen, médico y americano, dice que “trabajar con este problema no es diferente a trabajar con pacientes alcohólicos: niegan el problema, lo racionalizan, pero son incapaces de parar”, ergo es una adicción. Louis Kraus, también médico y también americano, dice que “no es una cuestión típica de causa-efecto”, de lo que se deduce que no es una adicción.
En cualquier caso: me da igual que sea una adicción o no, lo importante, como siempre, es la educación y la personalidad de cada jugador. Los niños pueden videojugar si les apetece, siempre con moderación y con un adulto que se encargue de elegir a lo que pueden y a lo que no pueden jugar, como pasa –o debería pasar– con los programas de televisión que ven los niños, con la comida o con el gusto por la lectura y el deporte. En el caso de los adultos, depende de la personalidad de cada uno –si es un obsesivo, por ejemplo– y de sus circunstancias personales, porque tengo claro que éstas influyen y mucho en la posibilidad o no de engancharse a una sustancia química o al gimnasio, por mucho que me cuenten.
Por cierto, y ya que estamos hablando de adicción al juego, ¿alguien me ayuda a salir de mi ciudad en Animal Crossing, que sé que alguno se va de picos pardos por el vecindario? Conste que ya he pagado la hipoteca y anoche aprendí a pescar, no como antes, que cogía anguilas aleatoriamente.
ACTUALIZO:
Aquí un artículo en ABC, a quien le interese.

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