Parece que la palabra “trauma” se ha convertido en la sal del Himalaya de la salud mental: se lo echas a todo y funciona como condimento místico para convertir cualquier anécdota triste en drama certificado. Pero no, no funciona así, por mucho que TikTok te haya prometido iluminación emocional en 30 segundos con música de ukelele. Trauma no es que tu crush te dejara en visto, ni que suspendieras ese examen, ni que ese día tu horóscopo dijera que “no te alineabas con tu esencia solar”. Trauma va de otra otra cosa, va más bien de “mi cerebro pensó que podía morirme y ahora no puedo ni salir de casa”.
El problema de llamar “trauma” a cualquier disgusto es que estamos convirtiendo un concepto clínico serio en una especie de topping, como si tu malestar necesitara una etiqueta premium para que te tomen en serio. Y claro, mientras tanto, quienes sí viven con un trastorno de estrés postraumático (TEPT) real miran la fiesta desde una esquina mientras se preguntan en qué momento su sufrimiento pasó a competir con el drama de “mi profesor me gritó en 2007”.
¿Qué es un trauma?
Depende de a quién le preguntes, pero la psicología profesional tiene una línea bastante clara. Si abrimos el DSM-5 (el manual que usan los psicólogos y psiquiatras para clasificar los trastornos mentales, no tu cuñado en la cena de Navidad), nos encontramos con que un evento traumático es aquel en el que una persona se enfrenta, directa o indirectamente, a una muerte real o amenaza de muerte, una lesión grave o una violencia sexual.
Vamos, que no estamos hablando de que te dejaran en visto o de que tu madre no te comprara la Wii cuando tenías 12 años. Estamos hablando de situaciones realmente extremas, esas que ponen en riesgo tu vida o rompen de golpe la sensación de seguridad que todos necesitamos para funcionar. Hablamos de estar en medio de una guerra, sufrir o presenciar un asalto violento, abuso sexual, un accidente mortal, o ver morir a alguien delante de ti.
Son experiencias que no solo dejan una huella emocional profunda: alteran literalmente el modo en que tu cerebro procesa el peligro, la memoria y las respuestas de tu cuerpo. Tu sistema nervioso se reconfigura para estar en modo supervivencia permanente, porque asume que el peligro extremo puede volver en cualquier momento. No es “me siento triste cuando lo recuerdo”. Es “mi cerebro reproduce esto sin mi permiso, mi cuerpo reacciona como si estuviera pasando ahora mismo, y no puedo funcionar normalmente”.
Eso es un trauma. Lo demás son experiencias difíciles, dolorosas, complicadas, jodidas incluso. Pero no todo lo que duele es un trauma. Y confundirlos no te hace más válido; te hace parte del problema.
¿Por qué importa hablar con propiedad sobre qué es un trauma?
Importa por varias razones bastante obvias, aunque aparentemente revolucionarias para internet. Cuando llamas “trauma” a lo que es simplemente dolor, estás diluyendo el concepto hasta convertirlo en papilla psicológica. Estas son las razones:
- Invisibiliza a quienes sí tienen traumas. Si todo es trauma, nada es trauma. Las personas que sí lo sufren cargan con recuerdos intrusivos, hipervigilancia y evitación incapacitante. O sea, sus vidas están partidas por la mitad. Y encima tú te haces un lío interno curioso: empiezas a vivir cualquier tristeza como si fuera una profecía devastadora en vez de tratarla como lo que es, algo difícil y molesto, pero manejable al fin y al cabo. Cuando una persona que sobrevivió a abuso sexual intenta explicar su TEPT y alguien responde “ay, yo también tengo trauma porque mi profe me gritó en primaria”, estamos igualando experiencias que NO son equiparables. Es como decir que cortarte con un papel y que te amputen una pierna son “las dos heridas”.
- Banaliza el sufrimiento real. El trauma clínico puede destrozarte la vida. Puede volverte incapaz de trabajar, de mantener relaciones, de salir de casa. Llamar “trauma” a experiencias de la vida desagradables pero manejables trivializa ese sufrimiento extremo.
- Te impide procesar correctamente lo que te pasó.
Si piensas que tienes un trauma, te estás diciendo a ti mismo que eres una víctima permanente de algo catastrófico. Y eso, paradójicamente, te quita agencia. En lugar de pensar “esto me dolió, pero puedo superarlo”, te quedas en “estoy traumatizado para siempre”. Amiga, es la profecía autocumplida más deprimente del mundo. - Saturas los recursos de salud mental. Los servicios de salud mental ya están colapsados. Si todo el mundo que tuvo una ruptura difícil cree que necesita terapia especializada en trauma, ¿qué pasa con quienes realmente la necesitan urgentemente?
Aunque lo tuyo no sea un trauma, importa
Que algo no sea trauma no significa que no importe. Tienes derecho a estar mal sin tener que montar un Museo del Sufrimiento Adolfo Suárez Madrid Barajas, con sus edificios de Calatrava y todo. Tu infancia pudo ser complicada sin ser traumática. Tu ex pudo ser un desastre para tu vida sin que eso te convierta en un caso clínico. Tu vida puede dolerte sin necesidad de diagnóstico influencer. La psicología tiene un diccionario entero para experiencias humanas que no se solucionan con un reel motivacional.
Pero claro, decir “estoy pasándolo mal” no tiene suficiente peso. No genera suficiente empatía automática. No te da acceso al club exclusivo de los que “entienden de verdad”. Es mucho más efectivo decir que tienes un trauma. Así consigues validación instantánea, likes y, de paso, una excusa perfecta para no hacer nada al respecto. Porque si es trauma, es grave. Si es grave, es permanente. Y si es permanente, ¿para qué intentar cambiar nada?
Bienvenido a la era del victimismo gamificado, donde acumulas diagnósticos como si fueran puntos de un programa de fidelización del sufrimiento. Y que conste que no quiero decir que los diagnósticos en salud mental sean una moda. Afortunadamente, la psicología y la psiquiatría han avanzado y podemos hablar con más libertad que antes de los problemas de salud mental. Eso no significa que a la gente le guste decir que tiene un problema de salud mental (que la hay, como quien está encantado con decir que tiene cáncer para generar empatía).
Que ahora la gente nombre sus problemas no significa que antes no existieran antes. Más bien significa que antes se callaban, se medicaban con alcohol, o directamente se morían en silencio. Así que guárdate tu nostalgia por los tiempos en los que “nadie tenía ansiedad” para alguien que no sepa leer estadísticas de suicidio.

Gente pasándolo fenomenal en esa época en la que nadie tenía ansiedad, TDAH o trastornos del espectro autista. Gente que disfrutaba de la vida a tope.
¿De dónde sale esa obsesión con el trauma?
¿De dónde sale esta obsesiva necesidad de sobredimensionarlo todo? Es fácil: un poco de psicología de TikTok, un poquito de cultura terapéutica donde nadie puede estar simplemente triste sin que haya un manual diagnóstico detrás, y mucha hambre de validación para que tu relato sea tomado en serio por la audiencia que está a dos clics de distancia del drama.
- Las redes sociales y la psicología pop, donde cualquiera con un micrófono y un título clickbait se convierte en experto. “Siete señales de que tienes un trauma desde la infancia” y cosas así.
- La cultura terapéutica americana, que ha convertido cualquier malestar en patología. No puedes estar triste y ya está. Tienes que tener depresión. No puedes estar nerviosa, tienes ansiedad clínica. No puedes haber tenido una infancia regular con momentos malos, tienes un trauma infantil.
- La necesidad de validación externa, porque vivimos en una época donde tu sufrimiento no vale una mierda si no tiene una etiqueta diagnóstica. “Estoy pasándolo mal” no basta, necesitas algo así como “tengo [insertar diagnóstico de moda]” para que te tomen en serio. Es agotador.
¿Qué podemos hacer?
La solución es tan sencilla que decepciona. Usa las palabras adecuadas. Trata tu dolor como lo que es, sin ponerle traje de gala. Deja de jugar al autodiagnóstico. Y si sientes que algo sí podría ser trauma, acude a un profesional de verdad, no a alguien que te graba desde el coche para contarte “las cinco señales de que tu chihuahua te generó un trauma sin querer, pobre animalito”.
En el fondo, llamar “trauma” a todo no te hace más profundo ni más interesante. Te convierte en parte de un ruido que perjudica a quienes de verdad cargan con heridas profundas. Tu dolor importa, por supuesto que importa, pero no necesita disfraz para ser legítimo. Aceptar eso es infinitamente más sano que buscar validación diagnosticable como si fuera una suscripción premium a la miseria.
