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  • Las desigualdades se aprenden en primaria

    shabby chalkboard on stone wall

    La educación primaria es una de las etapas más importantes en el desarrollo de una persona: no sólo se aprenden mates, lengua o ciencias. También se van entrenando competencias fundamentales que nos van a acompañar durante el resto de la vida. Es el punto de partida, no sólo de lo académico, sino de cómo vamos a entender el mundo, cómo nos vamos a relacionar y cómo vamos a enfrentarnos a los marrones que nos caigan después. Y estoy, sinceramente, hasta el coño de que se piense que la escuela no está para «educar». Es precisamente eso lo que hacemos, mucho más de lo que las familias piensan

    Desde una perspectiva psicobiológica, este periodo es efervescencia cerebral. Las conexiones neuronales van a toda hostia, se reorganizan y se adaptan. Es un momento privilegiado para aprender, para absorber, para establecer patrones que luego se nos van a quedar pegados como un chicle en la suela del zapato. Se forman hábitos, se construye la autoestima, se entrena la capacidad de resolver problemas, se aprende a convivir. Pero además, y esto no se dice lo suficiente, es un periodo donde se establecen las bases de las desigualdades estructurales que arrastraremos durante toda la vida si no hacemos nada por corregirlas.

    Porque no, no todos los niños y niñas empiezan la carrera desde el mismo sitio. Algunos nacen ya con el viento en contra. Y si no entendemos eso desde una perspectiva de clase, estamos jodidos. Si vienes de una familia con pasta, con tiempo, con estabilidad emocional, tienes ventaja. Si no, todo cuesta el triple. Y ahí es donde entra la educación pública, no como una ONG buenista, sino como garante de equidad: para corregir, no para premiar. Para redistribuir oportunidades, no para “estimular el talento” como si fuera una tómbola genética.

    Hay más: desde la primaria se empieza a enseñar, de forma más o menos sutil, cómo debe comportarse una niña y cómo debe comportarse un niño. Y spoiler: no suele salir bien. A las niñas se les enseña a callar, a ser responsables, a cuidar; a los niños, a liderar, a competir, a comerse el mundo. Si no desmontamos los roles de género desde pequeñitos, luego no hay feminismo que lo arregle. Si no hablamos de consentimiento, de emociones, de autocuidado, de igualdad en serio desde primaria, estamos criando a las próximas víctimas y a los próximos agresores sin saberlo.

    Porque la escuela primaria también es un espacio de socialización crítica. Aprendemos a convivir con otras personas, a negociar, a frustrarnos sin tirar la silla por la ventana, a entender que el mundo no gira en torno a nuestro ombligo. La escuela es el primer laboratorio de democracia, de comunidad y de empatía. Y eso es mucho más importante que saberse los ríos de Europa, aunque también venga bien.

    Además, desarrollar una comprensión lectora sólida no es simplemente saber juntar letras: es aprender a no tragarse bulos, a leer entre líneas, a distinguir una opinión de un hecho. En la era de la desinformación algorítmica y los reels que dan pereza hasta a la inteligencia artificial, esta capacidad es un superpoder. Nos vacuna contra la manipulación, y eso, amigues, es un acto político de primer nivel.

    Y por si aún hay algún liberal leyendo esto (¿qué tal, cómo va eso de pensar que el mercado lo arregla todo?), os dejo un bonus track: una educación primaria pública, gratuita y de calidad no es un capricho progre, es una inversión en capital humano. Que sí, que suena frío, pero si te va lo económico, agárrate: cada euro que se mete en educación primaria se recupera multiplicado. Porque menos fracaso escolar = menos paro = más productividad = más contribuyentes. Y esto lo dice hasta el FMI, no sólo los alternativos intensitos de la UNESCO. Aunque si la empresa que tienes sólo quiere exprimir al personal y echarlo antes de que cumpla los 50, igual esto no te interesa tanto, ya tú sabes.

    Pero volvamos a lo importante: una educación primaria inclusiva y equitativa es la mejor herramienta que tenemos para reducir desigualdades estructurales. En primaria se aprenden los valores, sí, pero también se empieza a intuir cómo funciona el mundo, quién tiene poder y quién no. Si la escuela no visibiliza las injusticias, si no se habla de racismo, de clase, de género, de colonialismo, de cuidados, ¿entonces cuándo? Porque lo personal es político, y lo educativo también. He dicho.

    La personalización del aprendizaje no es un lujo, es una necesidad democrática. No todos aprenden igual, no todos necesitan lo mismo, no todos llegan en las mismas condiciones. Y esto cuesta pasta. Mucho. Y es una inversión, no un gasto. Porque sin inversión no hay equidad, y sin equidad, no hay justicia social. Y sin justicia social, bueno, ya sabemos en qué termina la historia.

    Los países que invierten en educación primaria ven resultados. Mejora la salud, baja la criminalidad, sube el compromiso cívico. Finlandia, en esto, algo sabe, y mira que me da rabia decirlo. Y no, no es sólo porque coman salmón y tengan bibliotecas bonitas, que también. Es porque se toman en serio a su infancia. Porque saben que la educación no es una cuestión de caridad, sino de supervivencia colectiva. Y por cierto, las bibliotecas bonitas cuestan dinero. Igual que reducir la ratio de estudiantes por clase. Yo qué sé.

    Pensar que la educación primaria no es un pilar esencial para el desarrollo humano, social y político de una sociedad es ser, con todo el cariño, muy mónguer. Invertir en primaria es invertir en igualdad, en democracia y en un futuro donde no tengamos que escribir estos posts con los dientes apretados.

  • ¿Por qué necesitamos educación sexual en las aulas?

    person holding a yellow condom

    Manuela Carmena escribe en el epílogo a «Violadas o muertas: Un alegato contra todas las ‘manadas’ (y sus cómplices)”, de Isabel Valdés, un libro que recomiendo, sin más:

    Cómo es posible que esos cinco jóvenes andaluces no fueran conscientes de que estaban utilizando a una mujer como si se tratara de un mero objeto con orificios variados? ¿Cómo puede ser que una juventud con unos niveles de alfabetización suficiente (los acusados tienen estudios; algunos, formación militar) tenga una formación en lo sexual tan primaria, brutal y despiadada? ¿Qué ha sucedido en nuestras escuelas para que esto sea así? ¿Ofrecemos en nuestros centros educativos una verdadera educación sexual?

    La pregunta de Carmena no solo es pertinente, sino urgente. No basta con saber leer y escribir: la alfabetización sexual y emocional es inevitable para construir una sociedad segura y sin ella es imposible que avancemos como sociedad. La ausencia de una educación sexual integral deja espacio a la pornografía y a los discursos misóginos como principales fuentes de aprendizaje afectivo-sexual entre los jóvenes. Una educación sexual de calidad, impartida desde edades tempranas, no se limita a hablar de anatomía o prevención, sino que enseña consentimiento, empatía, respeto y el valor de los vínculos humanos. Es una herramienta de prevención frente a las violencias sexuales. Porque cuando la escuela calla, otros, menos éticos y más violentos, ocupan su lugar.

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