Los orangutanes son capaces de repetir comportamientos complejísimos mediante la imitación. En estas ocasiones, la línea entre el ser humano y estas criaturas se desdibuja tantísimo…
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No todos los cuerpos son bonitos
No todos los cuerpos son bonitos. Ni tiene por qué gustarte tu cuerpo, ni tienes que pensar que tu cuerpo es maravilloso. Tu cuerpo puede ser feo y no gustar a nadie. Da igual: el problema es que creas que tú valgas más o menos según tu cuerpo te guste o no. O lo que es peor, guste a los demás o no.
Cuando la gente dice que «todos los cuerpos son bonitos» y pone fotos de personas gordas riéndose (generalmente mujeres), no está haciendo otra cosa que perpetuar la misma premisa que te está jodiendo, la de que vales en la medida en que guste tu cuerpo. ¿Verdad que no puedes correr un maratón y no te hundes por esto, salvo que te ganes la vida como atleta? ¿Verdad que no te desmoronas porque no hablas seis idiomas? No los hablas. Podrías, pero no. ¿Y qué? ¿Puedes continuar con tu vida? Sí. Pues esto es más o menos igual. No todo el mundo habla seis idiomas, no todo el mundo tiene un cuerpo bonito y ni todo el mundo sabe hacer croquetas.
Esa filosofía «positiva» y esa forma «constructiva» de ver la vida pueden ayudarte si piensas que es peor morirse o que hay gente peor que tú. Pero no vale cuando estamos hablando de que tu cuerpo te tiene que parece genial. Es que igual tu cuerpo te parece una mierda. El secreto está en que puedes ser razonablemente «feliz» aunque te lo parezca. O te puede dar igual. O puede no interferir en tu vida para que puedas dedicarte a hacer cosas más importantes: como aprender a hacer croquetas.
Un podcast de psicología que recomiendo
Escribo esto sin intención de dar lecciones. Simplemente que he estado escuchando un episodio del podcast de Buenaventura del Charco sobre los trastornos de la alimentación. No trata el tema de si todos los cuerpos son bonitos o no. Habla de los trastornos de la alimentación. Dice algo con lo que estoy de acuerdo: la anorexia y la bulimia son dos manifestaciones diferentes de procesos relacionados con la toma de control.
Empieza el episodio con la reflexión que hago al principio: da igual tu cuerpo. Si te validas según aceptes tu cuerpo o no, mal vamos. También dice, y yo no había caído, que las personas que tienen un trastorno de la alimentación están todo el día pendientes de su cuerpo. Por tanto, ¿cómo vas a hacer una terapia que te dice que estés todo el rato controlando lo que comes y dejas de comer? Si precisamente ése es el problema: no que dejes de comer, sino que sustituyas controlar un aspecto de tu vida por controlar tu cuerpo. Lo principal, según él, es dejar, poco a poco, de observarte y de registrar lo que comes, la talla que gastas o los kilos que pesas.
El cuerpo como capital
Si los mensajes como «aprende a amar tu cuerpo» y «tú también tienes un cuerpo bonito» son tóxicos, pensar que la culpa la tienen los cánones de belleza, tampoco es hilar muy fino. Ni la culpa es de instagram, aunque nos haga sentirnos peor (especialmente a las mujeres, según Sherlock y Wagstaff, 2019). Eso no quiere decir que los preceptos modernos sobre la belleza no sean nocivos o que usar mucho instagram no te perjudique de la forma en que lo haría una pareja que siempre está censurándote. No sólo ensalzan la delgadez, sino que promueven cuerpos que no están sanos: estamos hablando de un índice de masa corporal de 18 o inferior (Katmarzyk y Davis, 2001). Eso es delgadez extrema.
A lo de la delgadez hay excepciones, sólo hay que echar un ojo por las etiquetas de las páginas de pornografía. Pero por lo general, no van en la línea de «mira qué pinta de sanota tiene ésta, menudo polvo tiene». Un ejemplo: para los señores que abrazan a otros señores encontrarás mucho material en el que se ensalza la obesidad. No tengo números, pero entiendo que estos modelos de belleza son minoritarios. El maricón estándar busca unos buenos músculos además de un buen intelecto, todos lo sabemos. Date una putivuelta por Grinder a ver qué ves y cuenta las lorzas. Para ver alguna tendrás que usar otra app, supongo.
Existen varios cánones de belleza, esa no es la cuestión. Los modelos cambian, están situados históricamente y dependen de muchos factores. Lo que se mantiene en el tiempo es ese vínculo que se establece entre tu valía personal y tu cuerpo. Ahora que el cuerpo es tan importante como lo es tener dinero, e. d., se ha convertido en una forma de capital, el que no tiene un cuerpo bonito es pobre. Y la gente huye de quien es pobre. Como de las ratas. Quien tiene un cuerpo feo o que no se adecúe a una norma, tiene menos capital. Eso es así.
La anorexia mirabilis
El cuerpo es una forma de capital social: se ve en los primeros testimonios de la «anorexia mirabilis», ya en el siglo III. Dejas de comer porque abandonas los placeres de la vida. Dejas de comer porque tu cuerpo es demasiado bonito. Dejas de comer porque lo que mola es ser un asceta de verdad: los ascetas, esos influencers. Dejas de comer porque eso te acerca más a Dios y por eso eres mejor cristiano.
Si el entorno es el adecuado, entonces tu capital social aumenta porque tu reputación mejora. Los textos documentando casos de trastornos de la alimentación se multiplican en el siglo XV: un caso notable es el de (Santa) Catalina de Siena que se mataba de hambre porque quería estar más cerca de Dios. Luego ya vino una cosa un poco más rara que es que se casó místicamente con Jesucristo con un anillo de pedida hecho con el Santo Prepucio, según Bynum (1987). Ahí queda la historia de Santa Catalina de Siena. Leed sobre este asunto y flipad.
La culpa no es de los cánones de belleza
De todo lo anterior me quedan dos cosas: primero, que la reputación de tu cuerpo se ha vinculado y se vincula a tu valor social. Segunda, que no hay un canon de belleza, sino varios. El problema sigue siendo el mismo, a. s., que te sientas mal porque tu cuerpo no te guste o no corresponda con lo que se considera bello. Pero si la idea que tenemos de belleza fuera la clave para entender por qué nos sentimso así de mal y por qué somos tan infelices, todo el mundo sufriría del mismo modo porque todos estamos expuestos a estos principios. ¿Por qué no todas las personas que no tenemos un cuerpo normativo desarrollamos un trastorno de la alimentación? Porque primero, el sufrimiento es relativo y, segundo, porque desarrollar un trastorno de la alimentación no es el resultado automático de la presión social. Además no todas las personas se validan mediante el aspecto de su cuerpo. Algunos lo hacen por sus capacidades, otros porque no tienen un motivo específico para no hacerlo y algunos porque saben hacer una croquetas que te caes de culo.
La relación con tu cuerpo es importantísima, porque es una relación para toda la vida (qué ingenioso, hoygan) y vais a ser inseparables. Así que esa relación tiene que cuidarse, ni puedes odiar a tu cuerpo, ni te puede dar igual, ni puedes estar en una relación tóxica en la que le prestas atención 24/7. Por supuesto que es una relación que hay que cuidar, pero hasta ahí. Hay que cuidarla como con cualquier otra relación. Pero ya.
¿Todos los cuerpos son bonitos? A mí no me lo parece. El mío, tampoco.
REFERENCIAS
BYNUM, C. W. (1987). Holy Feast and Holy Fast: The Religious Significance of Food to Medieval Women. University of California Press.
KATZMARZYK, P. y DAVIS, C. (2001). «Thinness and body shape of Playboy centerfolds from 1978 to 1998.» En International journal of obesity and related metabolic disorders: journal of the International Association for the Study of Obesity (25), pp. 590-592. https://10.1038/sj.ijo.0801571.
PEARCE, J. M. (2004). «Richard Morton: origins of anorexia nervosa». European neurology, 52(4), 191–192. https://doi.org/10.1159/000082033
SHERLOCK, M. y WAGSTAFF, D. L. (2019). «Exploring the relationship between frequency of Instagram use, exposure to idealized images, and psychological well-being in women». Psychology of Popular Media Culture, 8(4), pp. 482–490.
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Esto es verdaderamente flipante. Leedlo.
Brain-reading devices allow paralysed people to talk using their thoughts.
Brain-reading implants enhanced using artificial intelligence (AI) have enabled two people with paralysis to communicate with unprecedented accuracy and speed. In separate studies, both published on 23 August in Nature, two teams of researchers describe brain–computer interfaces (BCIs) that translate neural signals into text or words spoken by a synthetic voice. The BCIs can decode speech at 62 words per minute and 78 words per minute, respectively. Natural conversation happens at around 160 words per minute, but the new technologies are both faster than any previous attempts. -
El estudio de la Prisión de Stanford (1971) o sobre cómo las personas se vuelven malvadas y crueles
Ayer empecé a hablar en serio con mis estudiantes tercero sobre la perspectiva sociocultural en el análisis del comportamiento humano. Siempre empiezo con Zimbardo (1971), el estudio sobre la Prisión de Standford, y con Festinger (1954), el de la disonancia cognitiva. Hay muchísima información sobre los dos, pero en mis clases siempre ha habido una especie de fascinación por el primero que hace que mi clase entre en trance cuando estoy explicándolo.
Por si alguien no lo conoce: el estudio de la Prisión de Stanford de Philip Zimbardo es uno de los estudios clave de la psicología del siglo XX y va sobre la influencia que ejercen el entorno físico y social en el comportamiento. Para empezar, Zimbardo buscó voluntarios a los que se les iba a pagar quince dólares al día (unos 100 dólares ahora) para participar en una investigación que iba a durar dos semanas. Los voluntaríos debían ser hombres y pasar una serie de evaluaciones psicológicas para descartar a todos aquellos que consumieran drogas, presentaran rasgos de personalidades violentas o que tuvieran comportamientos patológicos. Después, Zimbardo y su equipo crearon un laboratorio que simulaba una cárcel y asignó a los participantes seleccionados, de manera aleatoria, dos roles opuestos: unos iban a ser los carceleros y los otros, los presos. De esta forma esperaban observar si sus conductas iban a cambiar según el rol que se les había asignado o si no iba a haber cambios fundamentales. Si las conductas se mantenían estables, el estudio sugeriría que la crueldad es una característica intrínseca del individuo, mientras que si se producía algún cambio debido al entorno físico y a las estructuras sociales que habían creado y si se daban comportamientos un poco más subiditos de tono, se podría demostrar que son éstas variables las que están detrás de la crueldad y de algunas situaciones de abuso de poder. La pregunta, en definitiva, venía a ser: ¿las personas son malas o se hacen malas? Como todo en psicología, es imposible decir que un comportamiento tiene una única causa, pero eso es otra historia que debe ser contada en otro momento.
Evaluación de los voluntarios. Los participantes seleccionados fueron informados debidamente de cuál iba a ser el procedimiento, cuáles eran las hipótesis que manejaban y qué pretendían observar. También se les explicó a los que iban a hacer de guardias que «debían mantener la ley y el orden» pero que no les estaba permitido causar daño físico a los prisioneros. A los primeros se les proporcionó uniformes, porras y gafas de sol espejadas y a los segundos, se les puso una cadena en un pie, se les dio una especie de camisola para llevarla puesta sin ropa interior y se les asignó un número a cada uno. Todo esto era parte del atrezzo que debía establecer una distinción clara entre ambos grupos. Los carceleros disponían de símbolos de fuerza y poder (las porras) y de un instrumento que permitiera crear inseguridad y desconcierto en los prisioneros: las gafas. Puesto que eran espejadas, los internos no sabrían a quién se estaban dirigiendo los carceleros y contribuir al ambiente de vigilancia perpetua del que había hablado Foucault. Los números, por ejemplo, eran un mecanismo de despersonalización y desindividuación: al no ser referidos por sus nombres, los presos perderían la comprensión de sí mismos como personas.
Arresto de los participantes el domingo 15 de agosto de 1971. El primer día, los que hacían de prisioneros fueron arrestados por policías de verdad. Se les trasladó a la prisión y, a partir de ahí, estaba previsto que permanecieran dos semanas bajo la observación del equipo de Zimbardo. Pero conforme pasaban las horas, se fue perdiendo el control: el primer día, uno de los vigilantes empezó a mostrarse más dominante de lo esperado. El seguno día, los presos se rebelaron y provocaron un aumento de la presión a la que eran sometidos por los carceleros. El miércoles, uno de los presos sufrió una crisis ansiosa pero decidió continuar en la prisión. Al día siguiente, a los comportamientos de abuso psicológico se les añadió un componente de humillación sexual muy evidente y la psicóloga Christina Maslach, que entonces era la novia de Zimbardo, acudió para llevar a cabo unas entrevistas evaluativas con los presos. Pero al ver el panorama, le dijo a Zimbardo que aquello se le había ido de las manos y éste decidió terminar el estudio antes de tiempo, e. d., el viernes.
Si te interesan los detalles, este vídeo lo explica mejor que yo y tiene subtítulos en castellano:
En seis días que duró la investigacíon, el comportamiento de los participantes y de los investigadores (!!!) había cambiado radicalmente. Los participantes se transformaron en el rol que se les había asignado: los carceleros se habían vuelto crueles crueles y habían mostrado un nivel de agresividad y violencia física y verbal que los test psicológicos previos no habían podido predecir. Los convictos, por su parte, se fueron volvieron sumisos sumisos y comenzaron a mostrar signos de cambios emocionales profundos, ansiedad, estrés, depresión e incluso estrés postraumático.
Aunque el estudio es muy cuestionable desde el punto de vista ético y metodológico, es cierto que es una demostración espectacular de los que se había pensado anteriormente, especialmente después de lo que había ocurrido en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial: cualquiera puede volverse, dadas las circunstancias del entorno, en un individuo cruel, sádico y malvado.
Zimbardo (1971). Un preso es introducido en la celda de castigo. Zimbardo detalla en «El efecto Lucifer» todo lo que ocurrió durante aquellos días y admite no sólo los problemás éticos, sino la forma de proceder fue bastante cuestionable. Aún así, se defiende de aquellos que atacan la validez y la fiabilidad del estudio con un ejemplo que pone los pelos de punta por las similitudes con el estudio: el caso de los abusos en Abu Ghraib durante la invasión estadounidense de Irak. No pongo las fotos aquí porque si quieres, ya las buscarás tú. Son muy muy muy fuertes. En resumen, lo que pasó en Stanford pasó, exactamente igual, en la prisión iraquí.
El estudio de Zimbardo cambió la forma en que entendemos la maldad. Ya no parecía tan claro que se tratara de una característica intrínseca a la persona, sino que, independientemente de que haya individuos con más o menos escrúpulos o personas que tengan más o menos en cuenta el bienestar ajeno, la crueldad puede ser resultado de los efectos que tiene el entorno sobre nosotros y nosotras. No sé realmente si hay personas malas, lo que sí está claro es que hay personas que se han vuelto malas y a las que, como se dice popularmente, la «vida les ha hecho así». No se trata de analizar si un comportamiento malvado es justificable o no, no hablo de la responsabilidad invididual de cada cual ante las circunstancias ni el control que podemos tener sobre la presión que ejercen las circunstancias sobre nosotros. No todos los alemanes fueron nazis, ni todos los carceleros se comportaron con tanta crueldad en 1971. Tampoco podemos ser tan hipócritas de decir «a mí eso no me había pasado». Lo que Zimbardo demuestra es que todos y todas, dadas las circunstancias, nos podemos convertir en monstruos.
Tú también.
PD: A mis estudiantes les superflipa este estudio. Éxito seguro.
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Si pudiera, estudiaba etología animal. Los orangutanes son criaturas fascinantes.
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Festinger y Carlsmith (1959): la disonancia cognitiva y la mentira
A propósito de lo que escribí ayer: la relación entre la mentira y la disonancia cognitiva ha sido un enfoque destacado entre los investigadores. El propio Leon Festinger, en colaboración con su colega James Merrill Carlsmith, llevó a cabo un estudio que ilustra cómo la mente de aquellos que se engañan a sí mismos aborda la disonancia cognitiva al aceptar la falsedad como verdad. Aunque existen diversas formas de resolver la disonancia cognitiva, en muchas ocasiones optamos por emplear estrategias de autoengaño o engaño a terceros para hacerla desaparecer. Esto implica manipular nuestras propias ideas y creencias para que parezcan encajar de manera superficial, creando una ilusión de que el malestar originado por la disonancia cognitiva carecía de fundamento desde el principio. No obstante, esta táctica nos expone a encontrarnos repetidamente con las consecuencias de la contradicción encubierta que en realidad no hemos resuelto.
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The Washington Post: The ‘Barbie’ movie as therapy – Barbie’s journey from Barbieland to the real world and back shows how we can use the gift of cognitive dissonance to change our lives. Enlace.