Cómo los sesgos cognitivos nos hacen tragar bulos y difundirlos (con ejemplos)

Fake news

Tengo malas noticias: tu cerebro no es la máquina perfecta de procesamiento lógico que tú crees. De hecho, tu cerebro es más bien un chapuzas evolutivo que toma atajos constantemente porque procesar toda la información del mundo requeriría demasiada energía y, seamos sinceros, tenemos cosas más importantes que hacer, como sobrevivir o ver el siguiente capítulo de nuestra serie favorita.

Estos atajos mentales se llaman sesgos cognitivos, y son la razón por la que tu tío comparte bulos sobre inmigrantes en el grupo de WhatsApp familiar, por la que tu amiga progre se cree cualquier titular que confirme que “el capitalismo es malo”, y por la que tú (sí, TÚ) también tragas fake news aunque jures que nunca te pasa.

Spoiler: te pasa. A todos nos pasa. Porque nuestro cerebro es predecible, vago, y sorprendentemente estúpido para alguien que se pasa el día diciéndose a sí mismo lo inteligente que es.

Por qué tus creencias previas son el combustible perfecto para los sesgos

Los sesgos cognitivos no operan en el vacío. Suelen funcionar sobre la base de lo que ya crees, de tu visión del mundo, de tus valores políticos, de tus experiencias previas. Tu cerebro no procesa información de forma neutral como si fuera un ordenador objetivo; la procesa a través del filtro de todo lo que ya has decidido que es verdad.

Y aquí está el problema: cuanto más fuerte sea tu creencia previa sobre algo, más vulnerable eres a los sesgos que la refuerzan. Si ya crees que los inmigrantes son un problema, tu sesgo de confirmación buscará activamente noticias que lo confirmen e ignorará las que lo contradigan. Si ya crees que el capitalismo es la raíz de todos los males, interpretarás cualquier evento económico como prueba de ello. Tus creencias actúan como un imán que atrae información compatible y repele información contradictoria, sin que seas ni siquiera consciente de que está pasando.

Y esto explica perfectamente por qué contribuimos a difundir mentiras, bulos y argumentos torticeros incluso cuando somos personas inteligentes, informadas y bien intencionadas. No compartimos fake news porque seamos tontos o malintencionados; las compartimos porque encajan perfectamente con lo que ya creemos que es verdad sobre el mundo.

Un bulo que confirma tus prejuicios sobre un grupo político, una mentira que valida tu visión conspiranoica del poder, un dato falso que refuerza tu narrativa personal: todo eso pasa el filtro de tu cerebro sin activar ninguna alarma crítica, porque ya “suena a verdad” antes incluso de que lo verifiques. Tu cerebro no se pregunta “¿es esto cierto?”, se pregunta “¿esto encaja con lo que ya sé?”. Y si la respuesta es sí, compartir se convierte en un acto reflejo. Por eso los bulos más efectivos no son los más absurdos, sino los que están perfectamente calibrados para resonar con las creencias previas de su audiencia objetivo.

No estás difundiendo mentiras por maldad; estás difundiendo lo que tu cerebro ha decidido que es verdad.

(1) El sesgo de confirmación: tu cerebro solo ve lo que quiere ver

Este es el rey de los sesgos. El sesgo de confirmación significa que tu cerebro busca, interpreta y recuerda información que confirma lo que ya crees, e ignora o descarta todo lo que contradice tus ideas.

¿Crees que los políticos de izquierda son unos santos? Perfecto, tu cerebro filtrará todas las noticias que hablen de sus logros y minimizará sus cagadas. ¿Crees que la derecha es el origen de todos los males? Enhorabuena, cada titular negativo sobre ellos será un “¿ves? ¡Tenía razón!” y cada cosa buena será “propaganda” o “una excepción”.

Funciona igual con los antivacunas, los terraplanistas, y ese amigo tuyo que está convencido de que el café es veneno (o la cura de todo, según el sesgo que tenga). Tu cerebro no busca la verdad; busca tener razón. Y para tener razón, está dispuesto a hacer gimnasia mental olímpica.

Ejemplo: Ves un titular que dice “Un estudio demuestra que [cosa que ya crees] es cierta”. ¿Lo compartes inmediatamente sin leer el artículo? Enhorabuena, acabas de caer en el sesgo de confirmación. ¿El estudio era de una muestra de 12 personas y lo financió una empresa con intereses claros? Da igual. Confirma tu visión del mundo, así que debe ser verdad.

(2) El efecto Dunning-Kruger: cuanto menos sabes, más seguro estás

Este sesgo es particularmente delicioso porque explica por qué la gente más ignorante sobre un tema es, paradójicamente, la más convencida de que lo entiende perfectamente.

El efecto Dunning-Kruger describe cómo las personas con conocimiento limitado sobreestiman dramáticamente su competencia, mientras que los verdaderos expertos tienden a dudar más de sí mismos porque entienden la complejidad del tema. O sea, que cuanto menos sabes de un tema, más crees que sabes.

Es por esto que tu primo que vio tres vídeos de YouTube sobre economía tiene opiniones tajantes sobre política monetaria, mientras que un economista con 20 años de experiencia te dirá “bueno, depende de muchos factores”. El primo no sabe suficiente para darse cuenta de todo lo que no sabe. El economista sí.

Ejemplo: Alguien lee un hilo de Twitter sobre virología y de repente es un experto en pandemias que contradice a la OMS. “Hice mi propia investigación”, dice, como si googlear durante una hora te convalidara una carrera universitaria y décadas de experiencia.

(3) El sesgo de disponibilidad: si lo recuerdas fácilmente, debe ser frecuente

Tu cerebro asume que si algo viene fácilmente a tu memoria, debe ser común o importante. Por eso todo el mundo cree que los secuestros de niños están en máximos históricos (no lo están), que viajar en avión es peligrosísimo (es lo más seguro que existe), o que los inmigrantes causan más crímenes (estadísticamente, no es así).

¿Por qué? Porque los medios de comunicación bombardean con noticias sobre esos casos extremos. Y como tu cerebro los recuerda vividamente, asume que pasan constantemente.

Ejemplo: Ves tres noticias sobre ataques de tiburones en un verano y decides no ir a la playa nunca más o, por lo menos, te acojona meterte en el agua. Ignoras completamente que tienes más probabilidades de morir por una caída en tu propia casa o que un coco te parta la cabeza. Pero los tiburones dan más miedo porque Spielberg hizo una película muy convincente que sigue dando miedo.

(4) El efecto “bandwagon”: si todos lo dicen, será verdad

También conocido como el efecto “subirse al carro”. Si mucha gente cree algo, tu cerebro asume automáticamente que debe tener algo de cierto. Es un sesgo evolutivo: durante miles de años, seguir al grupo aumentaba tus probabilidades de supervivencia. Si todos corrían del tigre, era buena idea correr también, aunque no hubieras visto al tigre. Yo que sé.

El problema es que en la era de las redes sociales, este sesgo se convierte en una máquina de amplificar mentiras. Si ves que 50.000 personas han compartido un bulo, tu cerebro puede pensar que “tantas personas no pueden estar equivocadas”, cuando la realidad es que sí, pueden estarlo. Y muchas veces lo están.

Ejemplo: Un tweet con información falsa se hace viral. Aunque inicialmente dudes, después de ver que cientos de personas lo comparten y comentan como si fuera verdad, empiezas a pensar “bueno, algo de cierto tendrá”, sobre todo si coincide con lo que tú crees que es cierto o refuerza con argumentos tus creencias previas. Igual no tiene nada de cierto. Simplemente mucha gente ha caído en el mismo error que tú, probablemente porque también creen lo mismo.

(5) El anclaje: el primer número que ves marca todo, o la primera información que recibes

Tu cerebro tiende a depender excesivamente de la primera información que recibe (el “ancla”) al tomar decisiones. Por eso las rebajas funcionan: ves “antes 100€, ahora 50€” y tu cerebro se ancla en el 100, haciendo que el 50 parezca una ganga, aunque el producto nunca costaba más de 60.

En fake news, esto significa que el primer titular sensacionalista que lees marca tu percepción del tema, aunque luego aparezcan correcciones o contexto adicional. Tu cerebro ya se ancló en la primera versión.

Ejemplo : Sale una noticia alarmista: “Un estudio revela que el café causa cáncer”. Dos días después, rectificación: “El estudio tenía errores metodológicos graves y no hay relación causal”. Pero la mayoría de la gente solo recuerda el primer titular. El ancla ya está puesta y la creencia se difunde.

(Bonus) La disonancia cognitiva: cuando la realidad fastidia tus creencias

La disonancia cognitiva es el malestar mental que sientes cuando te enfrentas a información que contradice tus creencias. Y tu cerebro odia ese malestar. Así que en lugar de cambiar de opinión como una persona racional, tu cerebro hace cualquier cosa para eliminar la incomodidad: niega la evidencia, busca excusas, ataca al mensajero, o simplemente ignora lo que no encaja.

Ojo: la disonancia cognitiva no es un sesgo cognitivo. Es más bien lo que hace que termines usando sesgos cognitivos.

Por eso es tan difícil convencer a alguien con datos. No es que no entiendan los datos; es que los datos les generan un malestar psicológico insoportable, y su cerebro prefiere mantener la creencia original antes que admitir que estaba equivocado.

Ejemplo: Alguien comparte un bulo. Le envías tres fuentes verificadas que demuestran que es falso. En lugar de agradecer la corrección, te bloquea o te llama “borrego del sistema”. Su cerebro acaba de resolver la disonancia cognitiva descartándote a ti en lugar de replantearse su creencia.

Entonces, ¿estamos todos condenados a ser idiotas?

Más o menos, sí. Pero con matices.

Los sesgos cognitivos son parte de cómo funciona nuestro cerebro. No podemos eliminarlos completamente, pero sí podemos ser conscientes de ellos y poner estrategias para minimizar su impacto:

  1. Duda de tu primer instinto, especialmente si confirma lo que ya crees
  2. Busca activamente información que contradiga tu opinión (duele, pero funciona)
  3. Pregúntate “¿quién gana si creo esto?” antes de compartir
  4. Lee más allá del titular, que ya sé que es mucho pedir
  5. Acepta que puedes estar equivocado, lo más difícil de todo

Y antes de que me salgas con “yo no caigo en estos sesgos porque soy muy crítico”: ese pensamiento es en sí mismo un sesgo cognitivo. Se llama sesgo del punto ciego, y significa que todos creemos que somos menos sesgados que los demás.

Sí, tú también.

La próxima vez que veas un bulo en redes y pienses “¿cómo puede la gente ser tan tonta?”, recuerda: tu cerebro es igual de chapucero que el de ellos. Solo que, con suerte, ahora eres un poquito más consciente de ello.

Enhorabuena. Sigues siendo un desastre.