Dice El País que nos gastaremos un 6% más que el año pasado durante la Navidad. Ahí van los datos:
1. Gasto medio por hogar: 904 €
2. De ellos, para regalos: 520 €
3. Media de regalos por familia: 10
4. En la UE: 11 – 18
5. Gasto en comida: 218 €
6. Gasto medio por regalo: 50 € (superior a la media europea)
Desconozco las condiciones en las que se ha realizado la encuesta, el perfil del encuestado y los demás datos, así que hay que tomarse estas cifras con la debida distancia. De todos modos, un gasto de 904 € por familia o, para verlo mejor, 150.000 pesetas (y omito lo de “antiguas”, que es una memez como la copa de un pino). ¡150.000 pesetas! ¿No es un disparate?
La tradición de los regalos a los niños me parece bien, yo recuerdo los cincos de enero con mucha ilusión, de ésa que daba gustirrinín del bueno. Incluso me acuerdo de un año en el que los Reyes Magos le trajeron a una perra que teníamos un tentetieso enorme. No se me olvidará en la vida la cara que puso la tía cuando lo vio. Estoy seguro de que sabía perfectamente que era para ella. Le duró 20 minutos, lo destrozó completamente. ¡Pero qué 20 minutos más bien aprovechados y disfrutados!
Volviendo al tema del gasto, me parece muy sano regalar cosas a la familia y a los amigos –si mis ídem leen esto me dirán que me aplique el cuento, ¡apañados están!-, pero de ahí a que la navidad se convierta en a) una sangría familiar, b) una obsesión por conseguir el regalo X, c) una peregrinación, d) una obligación, va un trecho.
Pienso que los regalos los puede hacer Melchor, Gaspar, Baltasar, San Nicolás, el Niño Jesús o Rita la Cantaora disfrazada de Morlock, se pueden recibir en cualquier momento -no porque la tradición obliga-, deben ser voluntarios -si le hago un regalo a la cuñadísima, tengo que regalarle también a la cuñadona-, no deberían implicar un sacrificio económico -520 € me parece un despilfarro innecesario- y, si es para un niño, un regalo debería educar, ya que estamos corriendo el riesgo de que el espíritu navideño se convierta para ellos en un ¡dame!, ¡dame!, ¡dame! (léase con avaricia).
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