Hoy leo un artículo en El País sobre Mónica Oltra. El juez que llevó el caso ha afirmado que no existen pruebas de que ella u otros funcionarios de la Consejería intentaran ocultar los hechos o desacreditar a la menor, asegurando que ésta fue atendida en todo momento. Tras su imputación en junio de 2022, Oltra dimitió como vicepresidenta y se alejó de la vida política activa, dedicándose a la abogacía. Aunque concedió una entrevista en La Sexta después de su dimisión, decidió no hacer más declaraciones públicas. En sus palabras, se sintió víctima de una «cacería política» por parte de la extrema derecha, representada en la acusación particular y en las dos populares del caso.

Después de leer el artículo no puedo evitar tener muchísimas preguntas. ¿Cómo no indignarse ante el sufrimiento que ha soportado durante años? ¿Qué habrá sentido al ser víctima de una cacería política liderada por la extrema derecha? ¿Qué efectos psicológicos puede haber tenido en ella este largo y doloroso proceso judicial y político? Ante todas estas preguntas y con el alivio que supone su exoneración, hay una que me interesa especialmente: el impacto que una acusación así y el proceso judicial y político al que ha sido sometida pueden tener en su bienestar emocional.

Ser el objetivo de una acusación falsa puede tener un impacto devastador: primero, la experiencia de ser acusada injustamente provoca sentimientos abrumadores de incredulidad y confusión. El individuo puede sentirse completamente desorientado por la situación, preguntándose cómo ha llegado a ser objeto de tal acusación y por qué está siendo tratada de esa manera. Esta sensación de injusticia puede generar un profundo resentimiento hacia aquellos que han formulado las acusaciones y hacia el sistema que permite que tales injusticias ocurran.

Además, el estigma social asociado con una acusación falsa puede ser abrumador. Me imagino que Oltra habrá sentido la alienación de amigos, familiares y colegas, que podrían dudar de su inocencia o incluso apartarse de ella por completo. Esto puede llevar a sentimientos de aislamiento y soledad, aumentando la carga emocional que ya está soportando. Da igual que el alejamiento sea real. Muy probablemente ella ha interpretado o ha sospechado que eso ha sido así.

No hace falta hablar de la ansiedad y el estrés. La incertidumbre sobre el resultado del proceso legal, el miedo a las posibles consecuencias y la preocupación por el impacto en su reputación y su vida personal habrán provocado, sin lugar a dudas, síntomas físicos y emocionales como insomnio, ansiedad, pérdida de apetito y problemas de concentración. Por no hablar de la autoestima y la autoconfianza. En estos casos, la persona se cuestiona su propio valor y se siente impotente frente a la situación. La sensación de injusticia y la falta de control pueden minar su sentido de autoeficacia (e. d., la creencia en la capacidad propia para llevar a cabo acciones específicas y alcanzar metas), lo que dificulta su capacidad para enfrentar y superar la situación de manera efectiva.

En algunos casos, las secuelas psicológicas de una acusación falsa pueden ser duraderas e incluso traumáticas. La experiencia de ser injustamente acusada puede dejar cicatrices emocionales profundas que pueden persistir mucho tiempo después de que se resuelva la situación legal. Es importante buscar apoyo psicológico y emocional durante este tiempo difícil para ayudar a procesar las emociones, reconstruir la confianza en uno mismo y encontrar formas de seguir adelante.

Ahora hay que ver qué pasará con ella. En el artículo dicen que su silencio es muy significativo. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Tiene otra alternativa? Yo creo que no. El calvario ha sido durísimo y dudo que, en algún momento, vaya a recuperar el vigor político que la caracterizaba.

Qué pena.

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