Voy andando por la calle y noto que mi móvil está vibrando. Lo saco del bolsillo de los pantalones y compruebo que ni está vibrando ni he recibido ningún mensaje ni se está agotando la batería. Pero yo he notado la vibración. Pongo a dios –con minúscula– por testigo.
USA TODAY dice que el primero que habló públicamente de esto fue un canadiense que publicó la historia en su blog y recibió mensajes de 30 personas diciendo que les pasaba lo mismo. No he hablado del asunto con amigos míos, pero sospecho que no soy el único. Cuando he podido fijarme en desconocidos me he dado cuenta la cantidad de veces que la gente mira las pantallas de sus móviles para ver si ha recibido algún mensaje o para comprobar que no le han llamado y no creo que todo el mundo esté esperando llamadas importantes a todas horas, incluidos los sábados por la noche en una discoteca.
Al parecer, porque no se ha estudiado el fenómeno a fondo, no se trata de que los músculos manden información errónea al cerebro –vamos, que nuestros nervios no detectan una vibración–, sino que el hábito y la ansiedad por comprobar que, efectivamente, nuestro teléfono funciona hacen que estemos pendientes en exceso del aparato y recibamos falsas alarmas. Es como la atención selectiva que prestan las madres recientes o las personas que tienen a su cargo niños muy pequeños, que pueden creer que el bebé está llorando y, cuando corren a la cuna, comprueban que está plácidamente dormido. No me cuesta comprender que eso le ocurra a las madres o a las personas que tienen que vigilar constantemente algo en sus vidas, pero que me ocurra con el teléfono móvil –porque a mí también me pasa, y con frecuencia, todo sea dicho–, me hace pensar que estoy absolutamente enganchado.
Ya le han puesto nombre: vibransiedad o SVF, síndrome de la vibración fantasma.
¿Y tú? ¿También padeces SVF? Yo sí. Y ya llevo enecientas adicciones, gadgets mediante.
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