¿Por qué necesitamos educación sexual en las aulas?

Manuela Carmena escribe en el epílogo a «Violadas o muertas: Un alegato contra todas las ‘manadas’ (y sus cómplices)”, de Isabel Valdés, un libro que recomiendo, sin más:

Cómo es posible que esos cinco jóvenes andaluces no fueran conscientes de que estaban utilizando a una mujer como si se tratara de un mero objeto con orificios variados? ¿Cómo puede ser que una juventud con unos niveles de alfabetización suficiente (los acusados tienen estudios; algunos, formación militar) tenga una formación en lo sexual tan primaria, brutal y despiadada? ¿Qué ha sucedido en nuestras escuelas para que esto sea así? ¿Ofrecemos en nuestros centros educativos una verdadera educación sexual?

La pregunta de Carmena no solo es pertinente, sino urgente. No basta con saber leer y escribir: la alfabetización sexual y emocional es inevitable para construir una sociedad segura y sin ella es imposible que avancemos como sociedad. La ausencia de una educación sexual integral deja espacio a la pornografía y a los discursos misóginos como principales fuentes de aprendizaje afectivo-sexual entre los jóvenes. Una educación sexual de calidad, impartida desde edades tempranas, no se limita a hablar de anatomía o prevención, sino que enseña consentimiento, empatía, respeto y el valor de los vínculos humanos. Es una herramienta de prevención frente a las violencias sexuales. Porque cuando la escuela calla, otros, menos éticos y más violentos, ocupan su lugar.

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