Hay quien usa la palabra trauma como quien reparte caramelos. “Perdí, el tren, qué trauma”, “el final de Lost me dejó un trauma de la hostia”, “mi ex era un trauma con patas”. Todos lo hemos dicho alguna vez, pero hablar a la ligera de salud mental no ayuda a nadie, y mucho menos a quien realmente vive con las consecuencias de una herida profunda. Y que el final de Lost fue una cagada, en eso estamos de acuerdo, ¿no?
Vamos a poner un poco de orden en este caos conceptual, sin sermones, para entender qué cojones es un trauma, qué no lo es, y por qué es importante llamar a las cosas por su nombre.
Spoiler: Que tu jefe no te responda a un mail no es un trauma.
Por qué importa hablar bien
Si usamos la palabra “trauma” para todo, pierde su significado. Es como cuando llamamos bullying a cualquier discusión en clase: si todo es bullying, nada lo es. Y cuando nada lo es, dejamos de ver el sufrimiento real de los chavales que lo padecen.
Nombrar correctamente no es postureo académico, es una forma de respeto. Porque al etiquetar cada contratiempo como trauma, le quitamos valor y visibilidad a quienes de verdad cargan con el peso de la muerte, la violencia o la amenaza. Si todo es grave, nada es urgente. Y, qué coño, también porque hablar bien no cuesta una puta mierda.
Entonces, ¿qué es un trauma? La doble definición
Depende de a quién le preguntes, pero la psicología profesional tiene varios una línea clara. Si abrimos el DSM-5 (el libro que usan los psicólogos y psiquiatras para clasificar los trastornos mentales), nos encontramos con que un evento traumático es aquel en el que una persona se enfrenta, directa o indirectamente, a una muerte real o amenaza de muerte, una lesión grave o una violencia sexual (American Psychiatric Association, 2013).
Vamos, que no estamos hablando de que te dejaran en visto o de que cancelaran tu serie favorita, sino de situaciones realmente extremas, esas que ponen en riesgo la vida o rompen de golpe la sensación de seguridad que todos necesitamos para funcionar. Hablamos de estar en medio de una guerra, sufrir o presenciar un asalto, un abuso o un accidente mortal. Son experiencias que no solo dejan una huella emocional: alteran el modo en que el cerebro procesa el peligro, la memoria y el cuerpo.
Después de algo así, el sistema nervioso se queda en modo “alerta máxima”, aunque el peligro ya haya pasado. Por eso las personas con trastorno de estrés postraumático reviven el suceso una y otra vez, evitan lugares o situaciones que se lo recuerdan y pueden reaccionar con sobresaltos o miedo ante cosas aparentemente inofensivas. No es una elección ni una falta de carácter: es el resultado de un sistema de defensa que se quedó atascado en el querer sobrevivir.
Pero hay otra forma, más funcional y, si se quiere, más humana, de definirlo: un trauma es una experiencia que sobrepasa la capacidad del individuo para procesarla y gestionarla adecuadamente. Esto significa que la clave no es la objetividad del suceso (aunque ayuda), sino lo que ocurre dentro de la persona. Como dice el Dr. Gabor Maté, una de las grandes cabezas pensantes sobre este tema:
El trauma no es lo que te sucede, sino lo que sucede dentro de ti como resultado de lo que te sucede.
Gabor Maté, The Wisdom of Trauma
Y ahí está la clave: el trauma no se mide por lo que te pasó, sino por cómo tu mente y tu cuerpo lo vivieron y lo archivaron.
El trauma no se olvida (y no, no es debilidad)
Si no puedes pasar página después de algo duro, no es una falta de fuerza de voluntad; es biología pura. Y es una mierda. El trauma no se almacena en el cerebro como un mal recuerdo que puedes evocar y narrar de forma coherente. Es un archivo corrupto, fragmentado. Tu cerebro, en el momento del peligro extremo, prioriza la supervivencia, no el archivo de datos. Por eso, el evento queda guardado como una amalgama de sensaciones: un olor, un sonido, una imagen o una sensación física de miedo paralizante. Probablemente, esa experiencia sea la primera de ese tipo que experimentes en tu vida, y las primeras veces se suelen recordar con mucho detalle.
El psiquiatra Bessel van der Kolk lo explica perfectamente en The Body Keeps the Score (2014). Y cuando el cuerpo se queda fijado en el peligro, de nada sirve decir “venga, supéralo”. Vas a seguir en modo alerta, listo para huir o luchar, incluso años después de que el peligro haya pasado. Esto explica los flashbacks o la hipervigilancia: el cuerpo reacciona como si el peligro estuviera todavía ahí y no vas a poder evitar prestar atención a los estímulos de tu entorno por si la situación se repite. El problema no es la memoria, sino la supervivencia. Que tu sistema nervioso esté bailando la Macarena tiempo después del suceso es totalmente comprensible, porque lo que quiere ese cerebro es sobrevivir, como animal que eres.
Estrés, ansiedad, trauma: no son lo mismo
A veces confundimos estos términos. Poner límites entre ellos es esencial para elegir el tratamiento adecuado. El estrés crónico ocurre cuando el cuerpo se mantiene en modo alerta durante demasiado tiempo, por presiones laborales o personales continuas. Te agota porque estás forzando la máquina para salir adelante. Es como tener la RAM del ordenador a tope durante días. Tarde o temprano el sistema petará, o se quedará con la ruedecita de colores, o te saldrá un pantallazo azul de la muerte como un piano.
La ansiedad es diferente, es la anticipación constante de una amenaza que todavía no ha ocurrido; estás asustado por lo que podría pasar. Esa amenaza puede ser real o no, da igual, si tu cerebro cree que te va a pasar algo malo, se va a poner en alerta constante y tratará de fijar la atención en aquellos aspectos de tu vida que te puedan poner en peligro. Esa amenaza puede ser algo tan sencillo como engordar. Si crees que si estás gordo te va a pasar algo grave (y de hecho, a veces pasa, no por salud, sino por el rechazo social que provoca), ahí hay un peligro. Y esa creencia, justificada o no, te activa o te paraliza, dos de las reacciones biológicas más habituales ante una amenaza. Es como vivir permanentemente en el centro de control de Chernóbil pero sin que el reactor explote.
En cambio, el trauma te mantiene enganchado a algo que ya pasó y que fue real. Te atrapa en el pasado. Es una respuesta a un evento concreto que desbordó tu sistema. Es un recuerdo totalmente disfuncional que hace que un hecho del pasado adopte una importancia tal que está presente a todas horas en tu vida. El trauma es un fragmento o una serie de fragmentos de memorias sensoriales que activan una respuesta de urgencia en tu organismo. Y ante un estímulo que evoca esa memoria, tu cerebro va a disparar todas las alarmas, quieras o no, y va a rescatar esa reacción emocional que generó la situación traumática.
Aunque el estrés y la ansiedad te hagan sentir fatal, no funcionan a nivel biológico como la herida traumática, y por eso requieren estrategias de afrontamiento y terapéuticas diferentes. Confundirlos puede llevarte a buscar una solución equivocada.
¿Cómo saber si lo que viví fue un trauma?
Hemos visto la definición clínica, pero saber si algo “cuenta como trauma” no siempre es la pregunta más importante. La pregunta clave es: ¿esto me sobrepasa? Si la respuesta es sí, busca ayuda. Da igual que sea un trauma, ansiedad o un estrés que se ha alargado en el tiempo. Si te ha dejado tu novia y estás triste y cabreado, es normal. ¿Puedes seguir adelante con tu vida? Si es que no, pide ayuda. ¿Que tu jefe no te haya respondido al mail y pasas una noche sin dormir? Si es que sí, pide ayuda. No es un trauma, pero que no puedas dormir por eso, amiga date cuenta. ¿Estás jodido? Vale. ¿Te ha cabreado? Vale. ¿Dudas de si es porque te va a despedir? Igual le estás dando mucha importancia, pero vale, bien. Si te pasa con
Si lo que viviste afecta tu día a día, si te desconecta de tu vida, o si te deja reviviendo el dolor de forma continua, necesitas ayuda profesional.
Lo importante no es diagnosticarte mirando reels, sino entender lo que te pasa y acompañarte en el proceso de forma adecuada. Necesitar apoyo emocional por una ruptura o un desengaño es natural. Buscar terapia especializada en trauma por haber vivido un abuso es necesario. No toda la ayuda vale para todo el dolor.
Da igual que sea un trauma
No todo lo que duele es un trauma, pero todo lo que duele merece atención y el nombre correcto. No hace falta haber sobrevivido a una guerra para necesitar terapia, pero tampoco deberíamos vaciar de sentido una palabra que describe una herida profunda, biológica y emocional.
Así que la próxima vez que digas “fue traumático”, piénsalo dos veces. Igual fue solo una putada, y también está bien decirlo y compartirlo con tu gente.
Referencias
American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.).
Maté, G. (2019). The Wisdom of Trauma.
Van der Kolk, B. (2014). The Body Keeps the Score.