Por fin terminé El ascenso de Endymion, de Dan Simmons, que llevaba ni se sabe el tiempo rondando junto a la cama. Bueno, pues lo que ya sabía cuando leí el anterior: decadencia total. Y no me vengáis ahora con aquello de que te está bien empleado por leerte el cuarto tomo de una tetralogía, y de ciencia-ficción, para más inri. Pues sí, me está bien empleado. El primero, bien, bastante original. El segundo, ópera espacial, pero conservaba algo del primero y te resuelve muchas dudas –de hecho siempre han dicho que Hyperion y La caída de Hyperion eran una única novela–, así que pasable. La tercera, una ciberaventura, entretenida porque conoces la mayoría de lugares y casi todo te resulta familiar. La cuarta, un booodrio de agarrarse a la taza del wáter y no parar hasta la completa deshidratación, si me permitís el ajjjqueroso símil.
Los cantos de Hyperion son un conjunto de cuatro novelas bastante gruesas –de 500 a 900 páginas cada una en edición de bolsillo, bastante mal hecha, por cierto–, escritas por Dan Simmons y, aunque se pueden leer por separado, las cuatro presentan a una serie de personajes, acontecimientos y escenarios creados en torno a la figura del Alcaudón –un monstruo que no se anda con chorradas y que es bastante feo–, al Tecnonúcleo –una especie de internet avanzadísima e independiente de la gestión humana–, a una red de teleyectores –unos portales para trasladarse en un plis de un planeta a otro, no construidos por la humanidad– y demás cosinas del futuro tecnológico.
La primera novela, Hyperion, sigue el patrón de los Cuentos de Canterbury de Chaucer y, justamente por eso, parece más original –«fresca», que dirían los críticos– que las otras tres. Pero cuando llegas al final te da la sensación de que no está acabada. La segunda continúa la historia y concluye todos los argumentos que quedan pendientes del anterior, pero es más convencional e introduce la política como uno de los temas principales. La tercera comienza bastante tiempo después del final de la segunda y presenta una serie de personajes nuevos que son bastante memos y alguno hay que es una metedura de remo importante, pero se puede leer igual que se ven las películas de los sábados a las cuatro de la tarde. La cuarta y última no tiene ni pies ni cabeza, necesita muchos dei ex machina para dar un poco de sentido a la trama, igual que una serie de discursos metafisicorreligiosos –por ejemplo, el Vacío que Vincula, el ritmo de las esferas cósmicas y demás– que hacen que el asunto tenga un sabor añejo setentero tipo StarWars –que ya se nota en la tercera– y que resulta bastante decepcionante. Empiezan a aparecer razas y seres por aquí y por allá, robots que transmiten menos que el monstruo de Sarlacc y lugares mezcla de Ciudad Nube y Tatooine. Nota: alucinen ustedes que, al buscar la ortografía de Tatooine, va y me encuentro con que algunas de las imágenes de la trilogía original de StarWars están inspiradas directamente –vamos, que son idénticas– a otras de Leni Riefenstahl.
Otra de las quejas que tengo es que hay algunos motivos temáticos –léase velarizando y haciendo las eses bien silbantes– que están desaprovechados, como los laberintos y las luchas de poder dentro del núcleo. Y hasta aquí puedo leer, que no os quiero chafar el argumento. Y lo del cruciforme y los bikura también tienen su aquél, pero se echan a perder.
Resumiendo, si queréis leer ciencia-ficción original, la primera. Si queréis saber cómo acaba ésta, leed la segunda. Y si os habéis vuelto unos forofos irredentos de las dos anteriores, entonces empezad con la tercera y la cuarta, pero únicamente con la condición de que os haya vuelto locos el universo Hyperion, que dirían en las revistas especializadas.
Premios:
- Hyperion: Hugo 1990 y Locus 1990
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La caída de Hyperion: Locus 1991, BSFA 1991, candidato al Hugo 1991 y candidato al Nebula 1990
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El ascenso de Endymion: Locus 1998 (sorprendentemente, aunque el autor ha ganado nada más y nada menos que diez veces este premio) y candidato al Hugo 1998.
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