No es moda, es supervivencia: feminismo, LGTBIQ+ y derechos reales frente al patriarcado

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Cada vez que alguien dice que lo queer se contagia o que la visibilidad trans es una moda pasajera, me entran ganas de regalarles un atlas de la historia social y una taza de té antes de darles una hostia en la cara con la mano abierta. Detrás de esa frase hay una mala lectura de lo social y, sobre todo, miedo, odio y violencia. Lo que publico hoy va de por qué el aumento de visibilidad no es una epidemia, por qué la identidad sólo se vuelve política cuando se la agrede, por qué el patriarcado controla cuerpos y por qué el feminismo y la lucha por derechos materiales son aliados naturales de la causa LGTBIQ+. Lo hago pasando un poco de la retórica y pa que me s’entienda.

Lo queer no es contagio: es visibilidad y aprendizaje social

Primero, lo queer, la ansiedad y el TDAH no se contagian. La gente joven no se vuelve trans o queer o autista porque está de moda. Simplemente sale a la luz cuando dejas de estar acojonada y empiezas a ver que hay peña por ahí que está pasando por lo mismo. Como cuando ves un vídeo tipo “7 cosas que les pasa a las personas con TDAH” y te das cuenta de que el protagonista del vídeo puedes ser tú.

Mucha gente se ha pasado toda su vida viviendo en el armario porque no había una salida segura. Eso ha ocurrido durante siglos. Sin redes (en general, no redes sociales), sin referentes y sin derechos era suicida asomarse a ver qué estaba pasando fuera. Hoy hay referentes en internet, profesionales formados que explican cosas con claridad, comunidades que sostienen, información accesible y, en algunos lugares, marcos legales que permiten hablar sin que te expulsen del trabajo o sin que la familia te tire de casa. Todo eso facilita que la identificación emerja.

Es un proceso de liberación, no de infección. Sí existe influencia social, porque los adolescentes exploran, se inspiran en sus iguales y adoptan etiquetas que les ayudan a nombrar experiencias internas. Eso no es patología, ni es contagio, es aprendizaje social y búsqueda de una coherencia personal. Confundir una ola de visibilidad con un contagio implica infantilizar a la gente joven y negarles agencia. El problema es que la narrativa del pánico funciona políticamente porque mete miedo y justifica controles.

La identidad solo se vuelve política cuando se la agrede

Decir que lo LGTBIQ+ es político suele ser un truco retórico de la caverna para deslegitimar. Como es político, es una mierda. Vivir en un cuerpo, amar a quien amas o pedir que te llamen por tu nombre no es, per se, una maniobra partidista. Es simplemente que no te llamen Adolfito si te llamas Jorge Andrés.

Lo que convierte la identidad en terreno político son las leyes y los discursos que prohíben, sancionan o recortan derechos. Cuando se restringe el acceso a la atención sanitaria, cuando se impide el uso de baños o cuando hay campañas que criminalizan pronombres, la vida cotidiana de la gente entra en el debate público y la gente responde. O más bien al contrario, la gente se mete en la vida privada de la gente y hace de ella un motivo de discusión y enfrentamiento.

Decir que algo es político para que algo deje de ser humano es una estrategia clásica que consiste en deslegitimar desde la acusación de ideologización. Y le ponen motes para que tú, que te estás creyendo sus argumentos de mierda, puedas repetirlo. Es lo woke. Lo progre. El buenismo. La izquierda radical proetarra. Pero la respuesta a todas estas mierdas en realidad es muy simple: si lo que reclamas te pone en riesgo legal o social, entonces el hecho de defender tu vida pasa a ser conflicto político, pero no por iniciativa tuya, sino porque se están metiendo en tu vida, porque te insultan o porque te matan.

Pero es que vamos a ver, aunque fuera político per se, ¿qué problema hay? Si hacemos una lista de las cosas que no son políticas y nos quedamos con la carbonara con nata, quitar la cal con vinagre y que Espinete iba en bolas. Y hasta eso es político.

El patriarcado regula cuerpos y busca el control social

El feminismo lleva mucho tiempo diciéndonos, con razón, que el patriarcado regula cuerpos. Igual te suena marciano, pero es muy sencillo. Decir que el patriarcado regula cuerpos significa que las normas de poder no solo imponen ideas sobre lo que es femenino o masculino, sino que también deciden cómo podemos usar, mostrar y vivir nuestros propios cuerpos. Regular significa hacer leyes que restringen el aborto, decirte cómo debes vestirte o comportarte según tu género, boicotear las reglas para que una persona trans pueda acceder a documentación que reconozca su identidad, o incluso crear expectativas sobre qué trabajos o espacios son adecuados para mujeres.

En todos estos casos, cuando te dicen que hay que proteger a los niños, que es que todo se contagia, es que hoy es elle y mañana es autista… en realidad no intentan proteger a nadie. Lo que quieren es controlar lo que haces con tu cuerpo, limitar tu libertad para decidir lo que quieres hacer con él y dejarte bien claro que tienes que cambiar. Que tienes que ser otra persona. Que te quede bien claro que quienes mandan son ellos.

Feminismo y lo trans: una alianza necesaria

Decir que el patriarcado regula cuerpos no es una metáfora bonita. Es una descripción de cómo las sociedades organizadas históricamente han controlado la reproducción, la sexualidad y las formas que el género puede adoptar. En definitiva, se trata de decidir quién eres y cómo te comportas.

Las restricciones sobre el aborto, la vigilancia moral sobre la sexualidad femenina (y de paso, ojo, sobre la masculina) o las expectativas sobre lo que debe parecer una mujer son expresiones del mismo mecanismo que ahora controla el acceso a tratamientos para personas trans, el reconocimiento legal del género o la libertad para existir.

La alianza entre feminismo y lo trans no es una concesión anecdótica, es una estrategia política y es coherencia ética. Porque si me dicen a mí que no puedo llevar falda tarde o temprano te dirán a ti que no puedes trabajar. Dividir a las personas que padecen normas de género rígidas, como las mujeres, fíjate, facilita que el patriarcado y la derecha conservadora ganen terreno y tomen el control.

Entonces es cuando se hacen un bol de palomitas para ver cómo el feminismo se despedaza con la ley trans. Divide y vencerás. Nada nuevo bajo el sol. Cuando la izquierda y las personas progresistas se enzarzan (o nos enzarzamos) en discusiones violentas, la capacidad de proteger derechos y conquistar mejoras materiales se va a la mierda. Hay debates y dudas legítimas dentro del feminismo, porque los matices importan, pero cerrar la puerta al diálogo entre el feminismo y lo queer equivale a regalar la victoria al bloque que quiere recortar derechos. El bloque que nos ha estado diciendo que no somos dignos, o dignas, o que somos unos degenerados, o que somos antifeministas.

Otrosí: que hay maricones misóginos, me consta. El feminismo tiene razón. Pero eso no invalida todo lo anterior.

Derechos materiales: de la bandera arcoíris a la vida cotidiana

Ahora va la discusión menos sexy de todo este asunto: los derechos sociales deben traducirse en acceso material. Un reconocimiento simbólico o una foto corporativa con banderitas en junio no cubre la factura del alquiler ni paga una terapia ni garantiza un empleo sin discriminación.

Por mucho que la empresa luzca arcoíris en su logo durante el mes del orgullo, si sus prácticas laborales precarizan a las personas LGTBIQ+ no estamos hablando de inclusión real sino de marketing. La igualdad formal no sirve si no hay tejido social y recursos que sostengan a las personas más vulnerables.

Sin base material, las buenas intenciones, las manifestaciones y los post de instagram se vuelven pirotecnia. Porque si no hacemos nada más que luchar porque la ley nos ampare, entonces es cuando viene el “¿de qué te quejas si ahora puedes casarte y tener hijos?” Me quejo porque como tengo más pluma que un pavo real, no me dan ese trabajo para el que estoy perfectamente cualificado. 

Protección de la infancia sin pánicos morales

¿Y qué hacemos frente a los argumentos de “protección de la infancia” o las alarmas morales? Calma y firmeza. Preocuparse por menores es cojonudo, pero abandonar la evidencia y caer en el pánico moral no lo es. Es cagarla

Los debates sobre la atención a jóvenes deben estar centrados en el bienestar del menor, no en titulares ni en pedir que no se ponga la bandera trans en un instituto. Eso se llama censura. Convertir la discusión sobre cómo apoyar a la gente joven que lo está pasando del culo en una batalla mediática suele terminar en políticas que hacen más daño: negar servicios, criminalizar familias o forzar soluciones improvisadas. Hay que luchar por la protección real, el acceso a profesionales formados, el apoyo familiar y escolar, y todas medidas que reduzcan la precariedad que convierte a las decisiones personales en tragedias. 

Qué puedes hacer tú mañana: lo personal es político

Si estás pensando que «muy bonito todo, pero ¿qué hago yo mañana?”, te diré, amiga, que lo práctico y lo político se tocan. Hablar con respeto y usar los nombres y pronombres que una persona pide no cuesta nada y cambia mucho. En realidad no cuesta una mierda, pero tú por tus cojones morenos no te sale del rabo usar el pronombre femenino. Porque ya ves tú, cuándo va a terminar esta moda. Si escuchas eso deberías saber que estás a un «en mi época todos éramos felices sin tanto elle ni tanta banderita» de que alguien te diga que lo que necesita la gente joven es un par de hostias y ponerse a trabajar.

Apoyar políticas públicas que garanticen acceso universal a la salud y a la vivienda es meter la mano donde realmente duele la desigualdad. Exigir a las empresas coherencia entre su publicidad y sus prácticas laborales hace que el pinkwashing sea menos rentable. Y construir espacios comunitarios de apoyo ofrece esa red material y afectiva que marca la diferencia.

Al final, afirmar que lo queer es moda o que la identidad es una estrategia política creada de la nada, es una forma de negar la realidad de cuerpos que han existido siempre y que ahora, por fin, pueden respirar un poquito mejor.

Defender la autodeterminación de género, el feminismo inclusivo y los derechos materiales no es postureo de Instagram. Es una política de supervivencia.