Antes bastaba con decir “mi ex era un imbécil” y pasar página. Dolía, pero al menos sonaba honesto. Ahora, en la era de la autoayuda exprés y los vídeos terapéuticos de 30 segundos, hemos elevado la ruptura a categoría clínica. Medio planeta asegura haber salido con un narcisista, y el término suena tan científico que casi alivia.
El atractivo de la palabra “narcisista”
Decir “mi ex era un narcisista” tiene glamour intelectual. Da la sensación de que el sufrimiento se puede explicar con psicología y un poco de mitología griega. Es más fácil etiquetar al otro que reconocer lo evidente: dos personas imperfectas se hicieron daño intentando amarse.
La palabra se ha convertido en escudo, en excusa, en justificación de todo lo que salió mal. Pero en realidad, lo que buscamos no es entender al otro, sino entender por qué nos duele tanto que no nos quisieran como esperábamos.
Los verdaderos narcisistas existen (y duelen de verdad)
Nada de esto significa que el narcisismo clínico sea una invención. Quien ha tenido una relación con un verdadero narcisista sabe lo devastador que puede ser: manipulación, falta de empatía, gaslighting y una sensación constante de estar perdiendo el sentido de sí mismo.
El narcisismo, en su sentido clínico, es un trastorno de la personalidad caracterizado por una autoimagen inflada, una necesidad constante de admiración y una profunda falta de empatía hacia los demás. Detrás de esa fachada grandiosa suele esconderse una fragilidad extrema: el narcisista necesita el reflejo del otro para sostener su propio valor. No ama, sino que se abastece emocionalmente de quienes lo rodean. Y cuando el espejo deja de devolverle admiración, se rompe el vínculo sin remordimientos.
El narcisista no busca amor, busca reflejo.
El problema es que el abuso del término ha vaciado su significado. Ahora todo ex egoísta, inmaduro o indiferente entra en la misma categoría, y eso banaliza el dolor real de quienes sí vivieron una relación verdaderamente tóxica.
Llamar “narcisista” a quien no nos amó como queríamos es una forma elegante de no asumir responsabilidad. No es un verdadero diagnóstico, es una coartada. Permite evitar la incomodidad de mirar lo propio: nuestras carencias, nuestros patrones, nuestras repeticiones. Nos da sensación de orden, de haber aprendido algo, cuando en realidad solo estamos envolviendo el caos con terminología psicológica.
El amor no es un trastorno
A veces el amor simplemente fracasa. Sin villanos, sin diagnósticos, sin etiquetas. Dos personas con egos frágiles, expectativas poco realistas y heridas que se rozan. Nada de mitología griega ni manuales de psicología: solo humanos intentando querer y a veces haciéndolo mal.
La próxima vez que alguien diga “mi ex era un narcisista”, tal vez la pregunta no sea “¿qué trastorno tenía?”, sino “¿qué necesitaba que no obtuvo?”. Y ahí, quizá, empiece algo mucho más terapéutico: la verdad.
He dicho.
Referencias
American Psychiatric Association. (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5ª ed.). Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
Campbell, W. K., & Miller, J. D. (Eds.). (2011). The Handbook of Narcissism and Narcissistic Personality Disorder: Theoretical Approaches, Empirical Findings, and Treatments. Hoboken, NJ: John Wiley & Sons.
Ronningstam, E. (2016). Identifying and Understanding the Narcissistic Personality. Oxford: Oxford University Press.
“Narcissist” is the new “jerk.” People used to say “my ex was awful,” but that didn’t sound clinical enough. Now everyone’s a part-time psychologist diagnosing their heartbreaks with Greek mythology.
Sometimes it’s true. Real narcissists exist, and they can wreck lives with the emotional subtlety of a bulldozer. But most of the time, “narcissist” just means “someone who didn’t love me how I wanted.” It’s easier to slap on a label than to admit two flawed humans made a mess of each other.
Dos mujeres danesas demandaron al Estado por las esterilizaciones forzadas y abusos sufridos en Sprogø, el hogar donde miles fueron recluidas entre 1923 y 1961 por ser “moralmente problemáticas”. Este juicio no va solo de compensaciones. Pone a Dinamarca mirando de frente su pasado. Hoy sale la sentencia.
Es facilongo pensarlo, pero no lo puedo evitar. Quién iba a pensar que el país, que siempre va dando lecciones de derechos humanos al resto del mundo, tuviera todavía cadáveres en el armario. Fétidos a tope.
Alrededor de 500 mujeres fueron internadas y esterilizadas a la fuerza en el hogar de mujeres de Strogø durante entre 1923 y 1961. En todo el país, más de 5.000 mujeres, que se dice pronto, fueron esterilizadas en las Kellerske Anstalter en virtud de políticas de higiene racial diseñadas para frenar la supuesta propagación de la “deficiencia” hereditaria. Una de las demandantes tenía apenas 10 años cuando fue internada y fue esterilizada a los 20; la otra lo fue a los 18. El Estado danés reconoció el abuso en 2023 mediante una disculpa pública, pero se niega a asumir compensaciones alegando que las esterilizaciones se realizaron bajo las leyes de la época y que las reclamaciones están prescritas.
Actualizo: ya ha salido la sentencia
El Estado de Dinamarca tiene que pagar 50.000 coronas danesas de indemnización a Regine Løndorf (6.694 euros de mierda). Regine Løndorf fue internada por el Estado danés cuando era niña y permaneció años en las Kellerske Anstalter, donde estuvo encerrada y torturada bajo el pretexto de “protegerla” de sí misma y de la sociedad. A los veinte años fue esterilizada sin su consentimiento, una práctica entonces amparada por las leyes danesas. No fue la única. Cientos de mujeres sufrieron la violencia institucional del estado danés por ser consideradas “problemáticas” o “inferiores” en nombre de la moral y la ciencia.
El Ministerio de Asuntos Sociales y Vivienda deberá pagar 50.000 coronas danesas a Regine Løndorf, de 95 años, quien estuvo internada en el hogar para mujeres de Sprogø. Sin embargo, la compensación no se concede por su estancia en Sprogø, sino por la violencia que sufrió entre 1940 y 1948 mientras estaba en una institución en Brejning.
En el mismo caso, Karoline Olsen, ya fallecida, también había solicitado una indemnización, pero el tribunal la rechazó porque todos los abusos que sufrió ocurrieron antes del 3 de septiembre de 1953, fecha en que entró en vigor la Convención Europea de Derechos Humanos.
Así lo dictó el Tribunal de Copenhague este martes. Ambas mujeres forman parte del grupo de unas 500 internas que entre 1923 y 1961 fueron recluidas en el hogar para mujeres de Sprogø, destinado a quienes eran consideradas “moralmente débiles” o “anormalmente eróticas”.
Aunque hace más de un siglo que se etiqueta a las personas como narcisistas, no siempre está claro qué se entiende por ese término. “Todo el mundo llama narcisista a todo el mundo”, afirma W. Keith Campbell, profesor de psicología de la Universidad de Georgia y experto en narcisismo. La palabra se “usa más de lo que se debería”, pero cuando se trata de un diagnóstico formal, cree que muchas personas lo ocultan, ya que existe un gran estigma en torno a este trastorno. Un narcisista tenderá a tener “una visión exagerada de sí mismo”, “una falta de empatía” y “una estrategia de utilizar a las personas para reforzar su autoestima o su estatus social a través de cosas como buscar admiración, exhibir bienes materiales o buscar poder”, afirma Campbell. Las personas con TNP pueden ser “extremadamente narcisistas”, hasta el punto de que “no son capaces de mantener relaciones estables, lo que perjudica su trabajo”, y tienen una “visión distorsionada de la realidad”, afirma.
Los viajeros no existen, son un invento romántico para sentirse superiores. No soy un viajero experimentado que esquiva menús plastificados y precios inflados. Soy un turista y tengo fe en recomendaciones demasiado bien traducidas. Me vendieron autenticidad envuelta en servilletas de papel y me la comí con gusto, porque en el fondo uno no viaja solo para ver lo real, sino también para reírse después de sus propios tropiezos.
En realidad, todos somos turistas: miramos, nos perdemos, comemos en sitios reguleros y compramos imanes para la nevera. Bueno, eso yo no, no me gusta nada. Pero tengo amigos que sí. El turista vive el viaje con honestidad; el “viajero auténtico” finge profundidad para ocultar su vanidad.
Prefiero mil veces una trampa turística con cerveza y risas que una charla pretenciosa sobre lo local. Ser turista es vivir, tropezar y reírse del propio entusiasmo.
El ayuntamiento de Villamalea ha aprobado por unanimidad una moción que pide regularizar a los migrantes indocumentados.
“To us, it was the most natural thing in the world,” explained Núñez Pérez, as he paused to greet residents in the town’s central plaza. In recent decades, migrants from across the globe had been atrracted to Villamalea for the many jobs on offer.
The steady supply of labour had helped turn the town into an agricultural heavyweight – about 70% of the mushrooms sold in Spain come from here – while also transforming Villamalea into a rich tapestry of residents whose roots trace back to 32 countries.
El duelo por un animal es solitario porque los que nos rodean no entienden el vínculo. Se cuestiona el dolor por la pérdida de un perro porque no puede empatizar con la vivencia de amor y cotidianeidad perdida.
Son las siete de la mañana y acabo de leer lo del plan de paz mientras desayuno. Que no se nos olvide esto (enlace a un artículo del Guardian con los nombres de todos los niños asesinados por Israel):
Young lives cut short on an unimaginable scale: the 18,457 children on Gaza’s list of war dead (enlace)
Y, por cierto, lo de este tío es demasiado para mi cuerpo.
Este artículo de Danmarks Radio dice que hemos empezado a sustituir el small talk (esas conversaciones ligeras sobre el tiempo, el café o el fin de semana) por el llamado bigtalk, charlas más profundas sobre emociones, identidad o política. ¿De verdad tenemos que hablar del sentido de la vida y tener una crisis existencial cada vez que quedamos con alguien a tomar. un café? El artículo dice, tócate un pie, que esto es una consecuencia de que en Occidente, vamos hacia una sociedad más consciente y abierta. Sinceramente, yo diría que no.
Pero sí tienen razón en una cosa: corremos el riesgo de olvidar la importancia de lo cotidiano. Reivindicar el small talk es defender la comunicación humana más básica, la que construimos sin agenda y sin la pretensión intelectual que tenemos algunos. En un mundo saturado de discursos y polarización, hablar por hablar (del tiempo, de lo caro que está todo o de la última serie de turno) va a ser un acto revolucionario de salud mental colectiva. Las pequeñas conversaciones generan empatía, pertenencia y conexión social. Las conversaciones con nuestros amigos no tienen por qué ser trascendentes para ser valiosas. Al final va a resultar que el cotilleo de toda la vida es un acto profundamente político y necesario. No tenemos que arreglar el mundo a todas horas, kary.
PD: No puedo decir nada sin ser un capullo pretencioso. 🤡
Hay quien usa la palabra trauma como quien reparte caramelos. “Perdí, el tren, qué trauma”, “el final de Lost me dejó un trauma de la hostia”, “mi ex era un trauma con patas”. Todos lo hemos dicho alguna vez, pero hablar a la ligera de salud mental no ayuda a nadie, y mucho menos a quien realmente vive con las consecuencias de una herida profunda. Y que el final de Lost fue una cagada, en eso estamos de acuerdo, ¿no?
Vamos a poner un poco de orden en este caos conceptual, sin sermones, para entender qué cojones es un trauma, qué no lo es, y por qué es importante llamar a las cosas por su nombre.
Spoiler: Que tu jefe no te responda a un mail no es un trauma.
Por qué importa hablar bien
Si usamos la palabra “trauma” para todo, pierde su significado. Es como cuando llamamos bullying a cualquier discusión en clase: si todo es bullying, nada lo es. Y cuando nada lo es, dejamos de ver el sufrimiento real de los chavales que lo padecen.
Nombrar correctamente no es postureo académico, es una forma de respeto. Porque al etiquetar cada contratiempo como trauma, le quitamos valor y visibilidad a quienes de verdad cargan con el peso de la muerte, la violencia o la amenaza. Si todo es grave, nada es urgente. Y, qué coño, también porque hablar bien no cuesta una puta mierda.
Entonces, ¿qué es un trauma? La doble definición
Depende de a quién le preguntes, pero la psicología profesional tiene varios una línea clara. Si abrimos el DSM-5 (el libro que usan los psicólogos y psiquiatras para clasificar los trastornos mentales), nos encontramos con que un evento traumático es aquel en el que una persona se enfrenta, directa o indirectamente, a una muerte real o amenaza de muerte, una lesión grave o una violencia sexual (American Psychiatric Association, 2013).
Vamos, que no estamos hablando de que te dejaran en visto o de que cancelaran tu serie favorita, sino de situaciones realmente extremas, esas que ponen en riesgo la vida o rompen de golpe la sensación de seguridad que todos necesitamos para funcionar. Hablamos de estar en medio de una guerra, sufrir o presenciar un asalto, un abuso o un accidente mortal. Son experiencias que no solo dejan una huella emocional: alteran el modo en que el cerebro procesa el peligro, la memoria y el cuerpo.
Después de algo así, el sistema nervioso se queda en modo “alerta máxima”, aunque el peligro ya haya pasado. Por eso las personas con trastorno de estrés postraumáticoreviven el suceso una y otra vez, evitan lugares o situaciones que se lo recuerdan y pueden reaccionar con sobresaltos o miedo ante cosas aparentemente inofensivas. No es una elección ni una falta de carácter: es el resultado de un sistema de defensa que se quedó atascado en el querer sobrevivir.
Pero hay otra forma, más funcional y, si se quiere, más humana, de definirlo: un trauma es una experiencia que sobrepasa la capacidad del individuo para procesarla y gestionarla adecuadamente. Esto significa que la clave no es la objetividad del suceso (aunque ayuda), sino lo que ocurre dentro de la persona. Como dice el Dr. Gabor Maté, una de las grandes cabezas pensantes sobre este tema:
El trauma no es lo que te sucede, sino lo que sucede dentro de ti como resultado de lo que te sucede.
Gabor Maté, The Wisdom of Trauma
Y ahí está la clave: el trauma no se mide por lo que te pasó, sino por cómo tu mente y tu cuerpo lo vivieron y lo archivaron.
El trauma no se olvida (y no, no es debilidad)
Si no puedes pasar página después de algo duro, no es una falta de fuerza de voluntad; es biología pura. Y es una mierda. El trauma no se almacena en el cerebro como un mal recuerdo que puedes evocar y narrar de forma coherente. Es un archivo corrupto, fragmentado. Tu cerebro, en el momento del peligro extremo, prioriza la supervivencia, no el archivo de datos. Por eso, el evento queda guardado como una amalgama de sensaciones: un olor, un sonido, una imagen o una sensación física de miedo paralizante. Probablemente, esa experiencia sea la primera de ese tipo que experimentes en tu vida, y las primeras veces se suelen recordar con mucho detalle.
El psiquiatra Bessel van der Kolk lo explica perfectamente en The Body Keeps the Score (2014). Y cuando el cuerpo se queda fijado en el peligro, de nada sirve decir “venga, supéralo”. Vas a seguir en modo alerta, listo para huir o luchar, incluso años después de que el peligro haya pasado. Esto explica los flashbacks o la hipervigilancia: el cuerpo reacciona como si el peligro estuviera todavía ahí y no vas a poder evitar prestar atención a los estímulos de tu entorno por si la situación se repite. El problema no es la memoria, sino la supervivencia. Que tu sistema nervioso esté bailando la Macarena tiempo después del suceso es totalmente comprensible, porque lo que quiere ese cerebro es sobrevivir, como animal que eres.
Estrés, ansiedad, trauma: no son lo mismo
A veces confundimos estos términos. Poner límites entre ellos es esencial para elegir el tratamiento adecuado. El estrés crónico ocurre cuando el cuerpo se mantiene en modo alerta durante demasiado tiempo, por presiones laborales o personales continuas. Te agota porque estás forzando la máquina para salir adelante. Es como tener la RAM del ordenador a tope durante días. Tarde o temprano el sistema petará, o se quedará con la ruedecita de colores, o te saldrá un pantallazo azul de la muerte como un piano.
La ansiedad es diferente, es la anticipación constante de una amenaza que todavía no ha ocurrido; estás asustado por lo que podría pasar. Esa amenaza puede ser real o no, da igual, si tu cerebro cree que te va a pasar algo malo, se va a poner en alerta constante y tratará de fijar la atención en aquellos aspectos de tu vida que te puedan poner en peligro. Esa amenaza puede ser algo tan sencillo como engordar. Si crees que si estás gordo te va a pasar algo grave (y de hecho, a veces pasa, no por salud, sino por el rechazo social que provoca), ahí hay un peligro. Y esa creencia, justificada o no, te activa o te paraliza, dos de las reacciones biológicas más habituales ante una amenaza. Es como vivir permanentemente en el centro de control de Chernóbil pero sin que el reactor explote.
En cambio, el trauma te mantiene enganchado a algo que ya pasó y que fue real. Te atrapa en el pasado. Es una respuesta a un evento concreto que desbordó tu sistema. Es un recuerdo totalmente disfuncional que hace que un hecho del pasado adopte una importancia tal que está presente a todas horas en tu vida. El trauma es un fragmento o una serie de fragmentos de memorias sensoriales que activan una respuesta de urgencia en tu organismo. Y ante un estímulo que evoca esa memoria, tu cerebro va a disparar todas las alarmas, quieras o no, y va a rescatar esa reacción emocional que generó la situación traumática.
Aunque el estrés y la ansiedad te hagan sentir fatal, no funcionan a nivel biológico como la herida traumática, y por eso requieren estrategias de afrontamiento y terapéuticas diferentes. Confundirlos puede llevarte a buscar una solución equivocada.
¿Cómo saber si lo que viví fue un trauma?
Hemos visto la definición clínica, pero saber si algo “cuenta como trauma” no siempre es la pregunta más importante. La pregunta clave es: ¿esto me sobrepasa? Si la respuesta es sí, busca ayuda. Da igual que sea un trauma, ansiedad o un estrés que se ha alargado en el tiempo. Si te ha dejado tu novia y estás triste y cabreado, es normal. ¿Puedes seguir adelante con tu vida? Si es que no, pide ayuda. ¿Que tu jefe no te haya respondido al mail y pasas una noche sin dormir? Si es que sí, pide ayuda. No es un trauma, pero que no puedas dormir por eso, amiga date cuenta. ¿Estás jodido? Vale. ¿Te ha cabreado? Vale. ¿Dudas de si es porque te va a despedir? Igual le estás dando mucha importancia, pero vale, bien. Si te pasa con
Si lo que viviste afecta tu día a día, si te desconecta de tu vida, o si te deja reviviendo el dolor de forma continua, necesitas ayuda profesional.
Lo importante no es diagnosticarte mirando reels, sino entender lo que te pasa y acompañarte en el proceso de forma adecuada. Necesitar apoyo emocional por una ruptura o un desengaño es natural. Buscar terapia especializada en trauma por haber vivido un abuso es necesario. No toda la ayuda vale para todo el dolor.
Da igual que sea un trauma
No todo lo que duele es un trauma, pero todo lo que duele merece atención y el nombre correcto. No hace falta haber sobrevivido a una guerra para necesitar terapia, pero tampoco deberíamos vaciar de sentido una palabra que describe una herida profunda, biológica y emocional.
Así que la próxima vez que digas “fue traumático”, piénsalo dos veces. Igual fue solo una putada, y también está bien decirlo y compartirlo con tu gente.
Referencias
American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.).
Maté, G. (2019). The Wisdom of Trauma.
Van der Kolk, B. (2014). The Body Keeps the Score.