Hay una idea reconfortante que a tu cerebro le encanta: el mundo es justo. La gente buena tiene cosas buenas. La gente mala tiene cosas malas. Si alguien está sufriendo, es porque probablemente ha hecho algo para merecerlo. Y si a ti te va bien, es porque te lo has ganado con tu esfuerzo y tu mérito y toda esa mierda. Todo ocurre por alguna razón, así que si tú estás triste, no lo estés. Y cuando te dicen eso te sienta fenomenal y ya no te encuentras mal, ¿verdad?
Pues no lo digas, joder, porque sienta del culo.
Supongo que a estas alturas de la vida sabes que eso de que el mundo es justo y de que existe una especie de justicia universal es una mentira como un piano. Pero tu cerebro se aferra a ella como Gollum a la bisutería, porque la alternativa (aceptar que el mundo es caótico, injusto, y que cosas horribles les pasan a gente que no hizo nada para merecerlo) es una mierda pinchada en un palo.
Bienvenido a la falacia del mundo justo, uno de los sesgos cognitivos más insidiosos y socialmente destructivos que tenemos.
Qué es la falacia del mundo justo
El psicólogo Melvin Lerner lo describió por primera vez en 1965 después de observar cómo algunos estudiantes de enfermería reaccionaban ante pacientes que sufrían dolores En lugar de sentir compasión, muchos desarrollaban actitudes negativas hacia los pacientes que más sufrían, como si se lo merecieran.
Por cierto, si buscas en Google puedes encontrar más información si lo buscas como “falacia” o como “hipótesis”. En inglés: “just-world fallacy“.
Lerner (1980) definió la falacia del mundo justo como la tendencia cognitiva a creer que el mundo es un lugar donde la gente obtiene lo que se merece y merece lo que obtiene. Es la creencia de que hay una correlación fundamental entre las acciones morales de las personas y sus resultados en la vida.
La fórmula es simple:
- Si te va bien → eres una buena persona que hizo cosas bien
- Si te va mal → eres una mala persona y te mereces lo que te pasa
Y su corolario: si alguien sufre, algo habrá hecho para merecerlo.
¿Por qué tu cerebro se aferra a esta mentira?
Pues porque la alternativa da bastante miedo. Si aceptas que el mundo es injusto, que a las personas buenas e inocentes les pasan cosas horribles sin razón alguna, que puedes acabar en la calle aunque hagas las cosas bien, entonces tienes que aceptar que eres vulnerable. Tienes que aceptar que en realidad no tienes el control sobre tu vida y que da igual si te pasas la vida puteado trabajando, o siguiendo las reglas, que podrías acabar jodido de todas formas.
Así que tu cerebro, para lidiar con esta mierda, hace un truco de magia y te convence de que el mundo es justo y cada resultado tiene una causa moral. Si haces las cosas bien, te irá bien en la vida, y si haces algo mal es porque algo habrás hecho, hijo de la grandísima puta.
Un aparte: esto último funciona con los demás. Cuando a ti te va mal no te llamas a ti mismo “hijo de la grandísima puta”. Más bien tiendes a pensar que la cosa se resolverá y que todo esto está pasando por alguna razón que todavía no sabes.
Esta correlación entre ser buena persona y que te pasen cosas buenas y ser mala y que te pasen cosas horribles le da a tu cerebro dos cosas que le van de cojones. Vale, sí, igual debería rebajar el nivel de palabrotas. Bueno, da igual, allá va:
(1) Sensación de control: Si el mundo es justo, entonces tú controlas tu destino. Haz lo correcto y estarás bien. Es reconfortante. Es falso, pero es reconfortante.
(2) Previsibilidad y protección: Si las víctimas se lo merecen, entonces yo estoy a salvo mientras no haga lo mismo que esa gente. Yo nunca terminaría en la calle porque no soy un vago como ellos. A mí nunca me violarían porque no me visto así. Yo nunca tendría un accidente porque conduzco con cuidado y si bebo, no cojo el coche.
Claro, todo eso es mentira. Pero es una mentira que te permite dormir por la noche. Porque la alternativa es una jodienda: el mundo es injusto, la vida es injusta y te pueden ocurrir cosas horribles, da igual lo que hagas.
¿Cómo se manifiesta el efecto del mundo justo?
El efecto del mundo justo aparece constantemente en nuestras vidas, y casi siempre de formas que causan daño:
Mujeres que han sido víctimas de violencia sexual: “¿Qué llevaba puesto?” “¿Por qué estaba sola?” “¿Había bebido?” “Algo habrá hecho para provocarlo.”
Si la mujer a la que han violado tiene alguna culpa, entonces el mundo sigue siendo predecible y controlable. Si puede pasarle a cualquier mujer sin importar qué haga, entonces todas las mujeres están en peligro constante y eso es insoportable de aceptar. Mejor culpar a la víctima.
Personas sin hogar: “Son vagos.” “Drogas, seguro.” “Yo nunca estaría así porque yo trabajo muy duro para conseguir lo que quiero.” “Si quisieran, encontrarían trabajo.” “Viven de las paguitas de Perrosanxe.”
La realidad, muchas personas sin hogar se partían el lomo hasta que una enfermedad, un accidente, una crisis familiar, un mal divorcio, una crisis como la del 2008 o simplemente la mala suerte las dejó en la calle. Pero aceptar eso significa aceptar que tú también podrías acabar ahí. Y tu cerebro prefiere creer que hay una diferencia moral fundamental entre tú y ellos que te protege. Si no, sería un poco más difícil dormir por las noches.
Las personas pobres: “No se esfuerzan.” “Seguro que tomaron decisiones de mierda.” “Si yo salí de la pobreza porque quise, ellos también pueden.”
Ignora completamente el accidente de nacimiento, las redes de apoyo, las oportunidades, la salud, la suerte. Si los pobres son pobres por sus propias decisiones, entonces tú eres rico (o clase media, según tú, o lo que seas) por tus propias decisiones. Tu éxito es solo mérito, no privilegio o suerte.
Mea culpa. Yo esto lo he dicho. No respecto a la gente pobre, sino cuando me han dicho que yo he tenido suerte en la vida. Sí, la he tenido, pero en alguna ocasión me he sentido ofendido y he dicho que he estudiado y he trabajado mucho para llegar adonde estoy. Pues sí y no. Mucha gente se ha esforzado más que yo y ha terminado teniendo una vida mucho peor que la mía.
Las víctimas de discriminación y racismo: “Si los inmigrantes no consiguen trabajo es porque no se integran.” “Si las mujeres cobran menos es porque eligen carreras de mierda, como historia del arte.” “Si hay más negros en la cárcel es porque cometen más delitos, no hay más que ver cómo esta la cosa en los países de los que vienen.”
Todas estas explicaciones tienen algo en común: ponen la responsabilidad en las víctimas del sistema, no en el sistema mismo. Porque si el sistema es injusto, entonces tu posición en él no está necesariamente justificada. Y eso a tu ego le hace la misma gracia que si te quitaran una muela sin anestesia.
Los refugiados: “Vienen a vivir del cuento.” “Perrosanxe les da paguitas mientras a las abuelitas les ocupan sus pisos cuando pasan unos días en el hospital.”
Jamás te planteas que huir en una patera con tu hijo de tres años, sabiendo que puedes morir ahogada, es una decisión que solo tomas cuando quedarte significa una muerte segura. Porque si lo planteas así, tendrías que sentir empatía y la empatía te obligaría a actuar. Mejor culparlos porque vienen a vivir del cuento a costa de tus impuestos.
Si esto te recuerda a lo que dice la ultraderecha, tienes toda la razón. Todos estos argumentos cuajan en las narrativas populares porque te hacen la vida más fácil de explicar, crean un enemigo común (que eso siempre une) y, de paso, le da un empujoncito a tu ego para que te sientas mejor.
Lerner y Simmons (1966) o cómo nos encanta creer que el mundo es justo
Lerner y Simmons (1966) hicieron un experimento para demostrar cómo funcionaba esta pirueta mental sobre que el mundo es justo. Sentaron a un grupo de personas (creo que 72 mujeres, pero igual me equivoco) frente a un monitor para que vieran a una chica (que en realidad era una actriz, pero ellos no lo sabían) haciendo una tarea supuestamente relacionada con el aprenizaje. El giro era que, cada vez que la chica fallaba, supuestamente le pegaban un calambrazo eléctrico de los buenos. Más o menos como en Milgram. Al principio, las observadoras se sentían del culo y se morían de ganas de que aquello parase, porque ver a alguien sufrir por la cara no es algo que nos haga pasar un buen rato. A la mayoría, al menos.
La clave experimental es que dividieron a las observadoras en varios grupos: a unas les dijeron que la chica iba a recibir al final una compensación económica, y a otras les dijeron que la tortura iba a seguir un buen rato y que no había nada que hacer. ¿Qué pasó? Pues que las que sabían que la chica iba a seguir sufriendo sin remedio empezaron a soltar perlas tipo: “bueno, en realidad no parece muy lista” o “seguro que es un poco torpe”. En vez de compadecerse, empezaron a despreciarla.
¿Por qué hicieron esa guarrada mental? Pues porque aceptar que una tía inocente estaba siendo electrocutada por el morro les hacía chispas en la cabeza. Para aliviar esa ansiedad y no sentir que el mundo es un sitio horrible donde te puede pasar cualquier cosa mala sin motivo, prefirieron convencerse de que ella tenía algo malo. Así, su cerebro podía decir: “A mí no me va a pasar, porque yo no soy como ella”. Básicamente, la “castigaron” mentalmente para poder seguir creyendo que el mundo es un lugar predecible y justo.
El sufrimiento continuado es psicológicamente insoportable si no hay una justificación.
La lógica retorcida de tu cerebro: “Si sufre y yo no puedo ayudarla, entonces el mundo es injusto y cruel. Eso es intolerable. Mejor creer que ella se lo merece. Así el mundo vuelve a ser justo y yo puedo seguir con mi vida.”
Cuando se ha intentado replicar este fenómeno con otros experimentos, se ha observado exactamente lo mismo. Si no podemos o no queremos ayudar a alguien que está pasándolo mal, nuestro cerebro resuelve la disonancia cognitiva culpando a la víctima. No porque seamos monstruos (bueno, algunos, sí), sino porque es psicológicamente más llevadero que aceptar nuestra impotencia o, incluso, nuestra complicidad.
Por qué esto es político (y por qué a la derecha le encanta)
El efecto del mundo justo es gasolina ideológica para justificar la desigualdad y alimentar a la ultraderecha.
Si el mundo es justo:
- Los ricos se lo merecen (porque trabajaron duro)
- Los pobres se lo merecen (porque son vagos)
- No hace falta redistribuir nada (porque cada uno tiene lo que se merece)
- No hace falta ayudar a nadie (si quisieran salir de donde están, podrían, como podemos los demás)
- El sistema está bien como está (porque refleja el mérito real de cada persona)
Es la ideología perfecta para mantener el statu quo. Para que los privilegiados duerman tranquilos. Para que las estructuras de poder se perpetúen sin cuestionamiento. Y para que los que están arriba se sigan beneficiando mientras convencemos a los de abajo para que acepten la situación y, encima, nos hagan la ola.
Cuando alguien dice “yo me lo he ganado todo con mi esfuerzo”, lo que muchas veces están diciendo es “creo en el efecto del mundo justo porque si admito que tuve suerte, privilegios, o ayuda, entonces mi éxito no está completamente justificado”. Y eso amenaza su identidad y no queda tan bien. No es lo mismo decir que te va bien por casualidad que decir que te lo has currado a tope y eres una persona íntegra y con valores.
Por eso la meritocracia es el mito más peligroso del capitalismo moderno. No porque el esfuerzo no importe. Importa. Pero no es lo único que importa, ni siquiera lo principal. La mayor parte de tu éxito o y de tu fracaso en la vida está determinado por cosas sobre las que no tienes control, como dónde naciste, en qué familia, con qué problemas de salud (o asuencia de ellos), en qué época, con qué oportunidades o si tuviste la mala suerte de que no te avisaron de que venía un tsunami por el Barranco del Poyo porque el presidente de tu comunidad autónoma estaba haciendo vete tú a saber qué.
Pero admitir eso requiere humildad. Y el efecto del mundo justo es lo opuesto a la humildad. Es arrogancia disfrazada de justicia y te hace creer que eres mejor persona.
Cómo te afecta a ti, que piensas que estás deconstruido y que eres progresista
Tú no te salvas, nadie se salva.
¿Alguna vez has pensado “yo nunca estaría en esa situación porque yo soy más responsable”? Falacia del mundo justo.
¿Alguna vez has sentido menos simpatía por alguien cuando te enteraste de que tomó unas decisiones de mierda? Falacia del mundo justo.
¿Alguna vez has justificado tu propio éxito usando tu esfuerzo como justificación y minimizando la suerte o los privilegios que has tenido a lo largo de toda tu vida? Falacia del mundo justo.
Es reconfortante pensar que controlas tu vida y lo que te pasa. Que si haces todo bien estarás protegido. Que tu éxito es mérito puro y el fracaso ajeno es culpa pura. Pero es mentira. Y si te lo crees, te va a pasar que:
- serás menos compasivo con quien sufre
- te costará más pensar en cambios estructurales y sociales
- tenderás a culpar a las víctimas
- serás más vulnerable a la propaganda que justifica la desigualdad, a lo que dicen Iker Jiménez y Ana Rosa Quintana
- te costará aceptar que te puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, y eso acojona
Da igual que creas que eres de izquierdas, amiga. De verdad que da igual.
Entonces, ¿qué hago con esto?
Pues básicamente, no puedes hacer mucho. Esta falacia es una mentira reconfortante que tu cerebro te cuenta para protegerte del caos y la injusticia del mundo. En realidad, hace que la vida te resulte más llevadera. Pero esa protección tiene un precio: te convierte en alguien menos compasivo, más dispuesto a culpar a las víctimas, y más propenso a justificar sistemas injustos.
El mundo no es justo, nunca lo ha sido y nunca lo será. Pretender lo contrario no lo hace más justo, solo te hace más cómplice de la injusticia y puede que te convierta en una persona de mierda que vota a la ultraderecha. Puedes elegir la comodidad de la mentira o la incomodidad de la verdad. Pero no puedes elegir ambas.
Y si eliges la verdad, date por jodido, porque duele ver que el mundo es injusto, caótico y cruel con gente que no lo merece. Pero es el único punto de partida para intentar cambiarlo.
Porque no puedes arreglar un sistema que crees que ya funciona correctamente.
Referencias
Lerner, M. J. (1980). The Belief in a Just World: A Fundamental Delusion. Plenum Press.
Lerner, M. J., y Simmons, C. H. (1966). Observer’s reaction to the “innocent victim”: Compassion or rejection? Journal of Personality and Social Psychology, 4(2), 203-210.
Furnham, A. (2003). Belief in a just world: Research progress over the past decade. Personality and Individual Differences, 34(5), 795-817.
Zubieta, E. y Barreiro, Alicia. (2006). Percepción social y creencia en el mundo justo. Un estudio con estudiantes argentinos. Revista de Psicología, vol. XXIV, núm. 2, pp. 175-196. Pontificia Universidad Católica del Perú. Descárgalo.
