No, la tecnología no nos está volviendo más estúpidos: lo que dice la psicología

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Cada revolución tecnológica llega con su profecía de decadencia intelectual. Lo dijeron con el libro, con la televisión y ahora con la inteligencia artificial. El artículo de El Diario sobre la supuesta era dorada de la estupidez repite ese viejo temor con lenguaje nuevo. Pero si miramos la evidencia desde la psicología, el panorama es muy distinto.

La tecnología modifica la forma en que pensamos, sí. Afecta la atención, reorganiza la memoria y estimula una dependencia creciente de dispositivos externos. Sin embargo, eso no significa que seamos menos inteligentes. El cerebro humano no se apaga por usar herramientas digitales: se reorganiza. Lo que la ciencia llama descarga cognitiva (delegar ciertas tareas mentales en soportes externos) no implica pérdida, sino adaptación. Igual que cuando empezamos a escribir para liberar la memoria oral, ahora externalizamos datos para concentrarnos en procesos más complejos. Por eso no recordamos números de teléfono, básicamente.

El problema real aparece cuando confundimos comodidad con pensamiento. Si dejamos que el algoritmo decida por nosotros, la inteligencia no se debilita, se adormece. Pero el culpable no es la máquina, sino el usuario que renuncia a la fricción mental necesaria para entender el mundo. La psicología social explica este catastrofismo como sesgo de negatividad: tendemos a sobrevalorar lo que perdemos y a ignorar lo que ganamos. Desde la imprenta hasta la IA, el miedo al deterioro cognitivo es más emocional que científico.

Hoy sabemos que el cerebro se adapta al entorno digital igual que lo hizo al lenguaje escrito. No estamos asistiendo a un colapso intelectual, sino a una reconfiguración. El reto no es resistirse a la tecnología, sino aprender a usarla con atención crítica. Pensar sigue siendo un acto voluntario, aunque el entorno nos invite a distraernos.

No vivimos una era dorada de la estupidez. Vivimos una era de mutación cognitiva. La inteligencia no se está extinguiendo, está cambiando de forma. El verdadero riesgo no está en las máquinas que piensan demasiado, sino en los humanos que han dejado de hacerlo.