


El portugués es la lengua más bonita del mundo. Y si te hacen un upgrade y te pasan a la sala VIP del aeropuerto de Lisboa para probar el bacon más crujiente de Europa Occidental, te parece no sólo el idioma más bonito, sino que te zumbarías a medio Portugal, con saudade y todo.
El País publicó el otro día un artículo breve sobre el protoindoeuropeo y las lenguas indoeuropeas. No es un texto profundo y detallado (para eso ya está la wiki), pero es un buen resumen sobre el estado de la cuestión para quien no sepa de qué va toda esta movida.
Anoche me dejé el monedero en un taxi.
Pagué con la tarjeta que llevaba configurada en el móvil. Al rato, me di cuenta de que no llevaba el monedero y que el bolsillo de la mochila estaba abierto así que se me puede haber caído por la calle. He intentado hablar con todas las compañías de taxi de la ciudad, pero el número de licencia que quedó registrado en la cuenta del banco cuando pagué con la tarjeta no pertenece a ninguna de ellas.
El problema, además del dinero, es el mismo que ha tenido todo el mundo en esta situación: el dni, las tarjetas del banco y el carné de conducir. En mi caso, además, las tarjetas y el carné de conducir son de Mordor, así que ya veremos cómo me las apaño hasta mi vuelta. Afortunadamente, tengo pasaporte para coger el vuelo.
Mi TDAH y yo estamos acostumbrados a estas situaciones y seguro que cualquiera podría haber aprendido una lección importante, pero no, NOS no hemos aprendido nada, ni aprenderemos nada. Y lo peor son los «deberías» y «¿pero cómo se te ocurre?», «¿pero no has pensado?»… Pues no, no lo he pensado. Pues no, no se me ha ocurrido.
Actualización del 10/8–2023: Ya lo he repuesto. Soy una moderna.
The Guardian: Los lectores y las lectoras explican qué lenguas son las más difíciles para los hablantes de mandarín y árabe en este artículo.
SORPRESA. Hay cantidad de gays misóginos, tanto como en cualquier otro grupo de personas: el comportamiento sexual de alguien no tiene una relación directa con sus creencias, sus actitudes o sus comportamientos hacia las mujeres. La misoginia, esa actitud hostil hacia las mujeres y hacia lo femenino que no hace sino reforzar los valores del patriarcado, puede ser expresada por cualquier persona, independientemente de con quién follen.
La orientación sexual de alguien no define su personalidad, sus valores o sus actitudes hacia los demás y me cabrea que, con lo que hemos sufrido y sufrimos los maricones, no seamos capaces de tener unos mínimos y no se nos ocurra ser, qué sé yo, un pelín feministas. No soy quién para decir quién es el sujeto del feminismo (o igual sí, yo qué sé), pero aunque los maricas no lo seamos, por lo menos nuestra lucha está muy próxima a la que quienes quieren cargarse, de una puta vez, el patriarcado y la opresión contra las mujeres y lo femenino.
Ése es un activazo
y ésa, una pasiva.
Despreciar o burlarse de los maricones a los que les gusta meterse cosas por el culo usando los recursos morfológicos de expresión del género gramatical femenino es de misóginos y de malas personas. Punto.
Maricones: no seáis misóginos, por favor.
En el lenguaje cotidiano, el homosexual no es exactamente el hombre que mantiene relaciones sexuales con otro hombre, sino el que se supone que adopta un papel pasivo: el homosexual es, en realidad, marica, plumón, loca… una mujer, en definitiva. Vista desde la óptica activa, la homosexualidad puede llegar a ser considerada como el medio a través del cual el hombre afirma su potencia; en cambio, desde la «pasiva», actúa como el símbolo de la decadencia. Por ejemplo, a nadie se le ocurre burlarse del que da por el culo, y en cambio «dado por culo» es una injuria violenta.
Badinter, E. (1993), p. 144
Lo de siempre: lo malo no es ser maricón, el problema es ser una “pasiva”.
Según Frederick Whitam:
Referencias
Whitam, F. (1983). “Culturally Invariable Properties of Male Homosexuality: Tentative Conclusions from Cross-Cultural Research”, en Archives of sexual behaviour 12 (3), pp. 207-226. Leído en Badinter, E. (1993).
Creo que todos los maricones deberíamos haber leído a Kinsey en algún momento de nuestras vidas. Está algo anticuado, pero no deja ser un buen punto se partida para comprender cómo se ha entendido la homosexualidad en el último siglo. Su tesis principal, la de “Comportamiento sexual del hombre” (1948) y “Comportamiento sexual de la mujer” (1953), parte de la idea de que la sexualidad humana es más fluida y variada de lo que se creía comúnmente en su época. Desafió la noción binaria de heterosexualidad y homosexualidad y sostuvo que la orientación sexual se encuentra en un continuo: muchas personas experimentan diversas formas de atracción sexual en diferentes momentos de sus vidas.
A pesar de los 80 años que han pasado desde que Kinsey publicara estos artículos y de que existe un consenso generalizado de que el comportamiento sexual es más flexible de lo que muchos creen, todavía hay que aguantar esas gilipolleces sobre la perversión de los maricones, las bolleras y los bisexuales, la movida esta de que lo sexual es estable, binario y natural y de que el sexo es la base determinista del comportamiento social.
Qué hartazgo.
La conversión de la homosexualidad en un hecho médico debiera haberla protegido de todo juicio moral; pero no ha sido así. La problemática de las perversiones permitió todo tipo de ambigüedades. No se diferencia la enfermedad del vicio ni el mal psíquico del mal moral. Se produce un consenso para la estigmatización de aquellos hombres afeminados que son incapaces de reproducirse. Tanto en Inglaterra como en Francia, las actitudes antihomosexuales tienen que ver con el temor al declive del imperio y de la nación. Son incontables los textos que hablan con angustia de las consecuencias nefastas de la baja del índice de natalidad. El homosexual es una amenaza para la nación y para la familia pero también es “un traidor a la causa masculina”. Incluso los médicos condenan a estos hombres afeminados que no cumplen con sus obligaciones de hombre. Les acusan de mediocridad moral, de escasa valentía o devoción; deploran su vanidad, indiscreciones y cotilleos. En definitiva: son “mujeres frustradas, hombres incompletos”.
La estigmatización de los homosexuales es el resultado del proceso de clasificación de las sexualidades. Por una ironía de la historia, fueron en gran parte los mismos homosexuales y los sexólogos más reformistas, los que metieron en el claustro de la anormalidad a los desviados. El mejor ejemplo de ese patinazo nos lo da el sexólogo Havellock Ellis. Creyendo que de esa forma iba a procurar una mayor tolerancia entre la sociedad burguesa, desarrolló un argumento basado en el hecho innato y la irresponsabilidad: no se puede nada contra la condición homosexual porque es congénita. Como resultado de esto “la hipótesis de una homosexualidad biológicamente determinada se ha impuesto en la literatura médica del siglo XX, dando lugar a todo tipo de intentos hormonales y quirúrgicos destinados a transformar a las lesbianas y homosexuales masculinos en heterosexuales”.
Badinter, E. (1993). La identidad masculina. Alianza, p. 129.